La vacunación masiva animó a muchas personas a vacunarse sin cita. | M. À. Cañellas

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El ritmo de vacunación es muy favorable, pero quedan nichos difíciles de alcanzar, porque las personas implicadas no pueden, no quieren vacunarse o no se ha llegado aún a ellos/as. Algunos de los perfiles de las personas que actúan así son los negacionistas, junto a los que tienen dudas o los que tienen contraindicaciones.

Estos días leíamos que 'Muere por coronavirus el ex piloto valenciano Jorge Lis, negacionista que rechazó la vacuna'. A esta persona, se le añade una lista de negacionistas fallecidos, que se dieron a conocer a través de las redes sociales. En el Reino Unido, David Parker murió a los 56 años tras negarse a que le inocularan la vacuna por temor a sus efectos. En EEUU, Caleb Wallace, un negacionista de Texas que emprendió una campaña contra el uso de mascarillas, que falleció a los 30 años tras recurrir a la vitamina C, a las pastillas de zinc y a un medicamento antiparásitos cuando sintió los primeros síntomas. Tras la muerte a los 61 años de Phil Valentine, un locutor de Nashville, su hermano dejó claro que si siguiera vivo le pediría a su audiencia que se vacunase y que se olvidase de las teorías conspirativas. O Dick Farrel, presentador de radio y televisión en Florida que llamó 'loco mentiroso' a Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de los Institutos Nacionales de Salud, y que murió a los 65 años. O Stephen Harmon, miembro de una iglesia evangélica, que comentó en tono jocoso que confiaba más en la biblia que en Anthony Fauci, antes de fallecer a los 34 años.

Y a estos le podríamos añadir algunos antivacunas que han negado la existencia del coronavirus hasta que lo sufrieron en sus propias carnes.

Pero en España no existe un grupo negacionista muy importante contra el que haya que luchar a tope, como sucede en otros lugares. Ahora bien, tampoco todas las personas que evitan la vacuna son negacionistas. Los antivacunas son una síntesis de los distintos grupúsculos negacionistas, con creencias muy arraigadas y que rechazan la evidencia científica. Y allí se juntaron todos los históricos, desde quienes defienden tomar plantas para curar enfermedades hasta los detractores de la tecnología. Lo que hacen es simplificar la realidad y apelar a la libertad. Así, plantean un discurso alternativo simple, que vendría a decir que “esto es una gran mentira y nos están engañando, por lo que te voy a contar lo que no te quieren decir”. O también pueden decir: "Sin censura: esto no lo verás en los medios", con un rostro identificado como experto/a que cita datos y fuentes para demostrarnos que nos mienten... Aunque en realidad el que nos miente es él/élla.

También, en muchas ocasiones recibimos mensajes protagonizados por científicos que explican por qué nos están mintiendo las instituciones públicas y por ello no debemos hacer caso de las recomendaciones oficiales. En sus intervenciones subrayan su condición de expertos para respaldar la validez de lo que dicen. El hecho de que los autores de estos mensajes engañosos se presenten como expertos por ser científicos es una apelación tramposa a la autoridad, aunque sus afirmaciones carezcan de sentido.

Los negacionistas tienen importantes reticencias con la vacuna. Sus motivos son diversos: dicen que no se conocen bien sus efectos, así como por una falta de comunicación respecto a los procesos que han llevado a crear una vacuna en tiempo récord. Hay quienes en cambio tienen dudas porque tienen miedo, pero con esta gente se puede hablar y dialogar. También hay apáticos que son personas que no piensan en vacunarse, pasan, porque están de vacaciones o trabajando y no les valen los argumentos de que esto es salud. Y además, entre las personas que no se quieren vacunar hay quienes no son negacionistas, pero temen las reacciones adversas y consideran que su desarrollo fue precipitado.

Los negacionistas entran normalmente en una espiral de aislamiento en la que solo aceptan la información que ratifica lo que defienden. Y que su postura esconde intereses económicos y políticos. Entre ellos, hay quien promueve un negocio detrás y no son altruistas, con un sistema construido para enriquecerse, de modo que los enfermos eviten el tratamiento médico convencional y recurran a uno alternativo, más caro.

Y a eso añadimos el problema de la complacencia. Por un lado encontramos quienes dicen: 'Si mis padres y el 70% de la población ya se han vacunado, ¿para qué voy a hacerlo yo?'. Y por otra parte, el descenso del número de fallecidos genera en algunos grupos, la percepción de que el peligro es menor. Y junto a ello, hay un porcentaje que no tiene confianza en las instituciones.

Y hay casos como:

Los que reivindican que ellos dicen la verdad frente a los políticos y los medios de comunicación, que resumen como "el sistema" para referirse a los poderes e instituciones con capacidad de decisión de una sociedad. En ello, vemos que las habituales apelaciones de los negacionistas a "despertar" frente a una gran mentira de los poderes establecidos que nos manipulan "como borregos" y la "censura" de los medios de comunicación que suele ser la antesala de un discurso con el que alguien nos pretende engañar. Este punto de partida es muy ventajoso para los defensores de las teorías de la conspiración porque les permite asegurar que son ellos los que tienen razón: si alguien les contradice es "parte del sistema" y, según su lógica perversa, el sistema siempre miente. Este razonamiento circular es una de las claves que ayudan a que las falsedades se hagan populares y sean difíciles de rebatir.

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Junto a ello, hay publicaciones en redes sociales que nos advierten del peligro de innovaciones científicas o tecnológicas que tienen consecuencias perjudiciales y que no han sido suficientemente explicadas. Se basan en datos o hechos nuevos que no se habían producido antes de que se produjera ese avance y que tiene como ejemplo que varios internautas relacionen la instalación de antenas de 5G con la muerte de palomas en Barcelona. Se utilizan argumentos que parecen válidos a simple vista pero que en realidad emplean conexiones falsas entre los planteamientos iniciales y las conclusiones.

Otro ejemplo es que con el avance de la vacunación masiva, han aumentado las tergiversaciones que denuncian el crecimiento de muertes de personas a las que se había vacunado. Pero los responsables de estos infundios hacen una lectura sesgada de los datos, para lo que se aprovechan de la complejidad que supone su interpretación.
En el caso del sistema europeo EudraVigilance, sus informes advierten explícitamente de que no se debe deducir que los efectos observados tras el uso de un medicamento son necesariamente consecuencia de la administración de dicho fármaco, lo que no tienen en consideración quienes difunden estas falsedades.

El mismo truco engañoso se da cuando citan supuestas fuentes de gran reputación cuyas conclusiones no han sido debidamente contrastadas. En estos casos conviene desconfiar de afirmaciones dudosas que no cuenten con el suficiente consenso científico y es recomendable seguir los consejos de las autoridades e instituciones de mayor prestigio en el campo del conocimiento en el que se enmarquen los mensajes de los supuestos expertos.

E imágenes del tipo de un menaje viral muestra un vídeo que, dice, se trata de una multitudinaria marcha antivacunas en Grecia. Es falso. Fue grabado en 2019, y la protesta fue por el cambio de nombre de la actual Macedonia del Norte.

También, unos supuestos médicos antivacunas difunden en un vídeo varios bulos sobre las vacunas contra la COVID-19 como que estas enfermarán al 80% de la población o que hay un 'Nuevo Orden Mundial' que quiere introducirnos 'software de Microsoft'.

Y a ello, le podríamos añadir a negacionistas del virus que han utilizado imágenes de hospitales aparentemente vacíos para justificar sus teorías conspirativas en un momento determinado. O los mensajes de que la epidemia en España ha terminado, cuando es la OMS la que decide cuando acaba la pandemia. O sobre el discurso contra el uso generalizado de mascarillas, no tienen en cuenta que la OMS pidió a los gobiernos que alentasen «al público general a que use mascarilla en situaciones y entornos específicos como parte de un enfoque integral para interrumpir la transmisión del SARS-CoV-2». O sobre la pruebas para detectar el SARS-Cov-2, los negacionistas han asegurado que las PCR dan «muchos falsos positivos». Pero el hecho de detectarlo ya implica que ha habido contacto con el virus vivo. Por lo tanto, ante un resultado de una PCR positiva, hay que asumir que esa persona es portadora y actúa como un transmisor de la enfermedad. O por otra, la presentación del MMS como solución milagrosa ante diferentes patologías y enfermedades . Pero se sabe que su consumo puede producir efectos adversos graves como dolor abdominal, náuseas, vómitos, diarrea, intoxicaciones, fallo renal y metahemoglobinemia. O por último, sobre las pruebas o la alta sospecha de la contaminación electromagnética y la tecnología 5G, no existen evidencias científicas ya que los virus no se desplazan ni por las ondas electromagnéticas ni por las redes de telefonía móvil.

El negacionista, por tanto, no solo niega la vacuna, sino también el virus y la pandemia, y piensa que es una confabulación para dominar a la humanidad. En países como Estados Unidos, Francia e Italia están muy ligados a las ideologías radicales de derechas. Ese sentimiento se retroalimenta en su propio grupo con nuevas pseudoevidencias que sacan a la luz, desmontando artículos científicos por trozos para usar lo que más les conviene. Es evidente que la ideología influye más que el nivel educativo, aunque también hay negacionistas con formación. Los más reticentes a las vacunas están en posturas muy polarizadas, muy a la derecha (normalmente en EEUU) pero también a la izquierda, porque los perfiles son variados.

Influenciados y radicalizados, además, encuentran caldo de cultivo en las redes sociales. Los negacionistas además, distorsionan la situación y hacen mucho ruido, sobre todo en redes sociales.

En definitiva, los antivacunas/negacionistas son gente a la que es muy difícil cambiar su posición. Difícilmente vamos a convencer a un negacionista, porque salvo honrosas excepciones se mantienen en sus trece.

Los mensajes falsos sobre el coronavirus están por todas partes y cualquiera puede cometer el error de creerlos y contribuir a su difusión. Sin duda alguna, a los negacionistas les ha favorecido que el discurso, científica y políticamente, haya sido cambiante en toda la pandemia. Busquemos siempre la evidencia científica. Élla nos va a salvar de los negacionistas.