Amin y Enyatullah, hermanos afganos, ayer en la frutería que regenta éste último desde hace tres años. | Jaume Morey

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Siete meses tardó Enyatullah Akhounzda, afgano y que cree tener unos 33 años, en llegar a España a pie. Partió con la angustia de dejar, en Pakistán, y a salvo, a su familia y a sus hijos. Ese periplo finalizó, sin saberlo, en la frontera española. «Me fui de Afganistán porque los talibanes no me dejaban trabajar. Conseguí un empleo en una especie de refugio de la OTAN. Me advirtieron que para ellos no podía trabajar, que si no me matarían, porque en mi pueblo todos se conocen, o que se llevarían a alguien de mi entorno. Decidí que mi familia se fuera a Pakistán. Yo, responsable de ello, tuve que buscarme la vida y caminé. El viaje me ocupó siete meses». Esto sucedió entre 2010 y 2011.

Son las doce y media del martes, 16 de agosto. Enyatullah carga y desmonta frutas variadas y hortalizas y las ordena en las diferentes nevera de su frutería. Hace seis años que está en Palma y tres con este negocio. Sus ojos empiezan a enrojecerse cuando habla del terrorismo que siembra el pánico en su país desde hace dos décadas. Una lucha, cuenta, «que nunca acaba» y que le hace pasar noches sin dormir: «Yo lo he vivido de cerca». Sin embargo, recuerda cómo era su país en los años 70, como cualquier territorio europeo y con libertades: «Mi padre ha podido estudiar, sabe leer e inglés. Las mujeres no iban tapadas», narra.

Situación actual

Enyatullah Akhounzda mantiene una buena parte de su familia en Afganistán, en la región de Kunar. Asegura que lleva días sin salir de casa. «Todos están con mucho miedo, están cabreados. Nadie entiende lo que ha sucedido. Después de mucho tiempo, en que el país había mejorado mucho, dándole la mano y la bienvenida a América, ¿cómo es posible que se vaya y que entren los talibanes. Mi país está muy cabreado porque, de alguna manera, los EEUU están ayudando a los terroristas. Tienen la culpa de lo que pasa. Lo digo claro».

La desesperación ha llevado a este ciudadano a tirar la toalla. «¿Para qué vivir? Estoy harto de esto, todos estamos cansados. Si preguntas, en cada casa afgana hay una historia relacionada con los talibanes. Estamos en una situación muy difícil que afecta a todos», sostiene.

Enyatullah apenas sabe leer ni escribir, no ha podido tener una educación. Ha visto a varios grupos talibanes entrar con sus fusiles en su ciudad. «Sus leyes no permiten la educación, tampoco que haya sanidad. Mi religión islámica no es la de los talibanes. El Islam no mata, no hace esto. Ellos son terroristas», asegura.

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No concibe que los derechos humanos se hayan pisoteado y teme por la situación de los niños y las mujeres. «Hace un par de años, la vida en mi país era buena. Lo que vivimos es una pena muy grande. Todos somos seres humanos, debemos ayudarnos», lamenta.
Dos primos suyos, militares del ejército afgano, murieron el pasado mes del Ramadán por combatir con los talibanes. Relata, entre lágrimas, lo jóvenes que eran. Se pregunta en numerosas ocasiones qué ha sucedido para que esto haya pasado. «Afganistán siempre ha dado la bienvenida a la comunidad internacional. Y ahora el mundo nos ha dejado en condiciones muy peligrosas».

Hermanos

Dos hermanos de Enyatullah pudieron llegar a España hace unos tres años. Amanullah, de unos 25, y Amin, que tendrá entre 19 y 20 años, entraron como su hermano, refugiados, y fueron auxiliados por la Cruz Roja. Su trayecto fue el mismo: a pie y sin mirar atrás. «No cogimos ni autobuses, ni coches, ni trenes. Todo fue caminando. Yo era menor», narra Amin, que trabaja en la frutería de su hermano.

Cada día, Enyatullah llama a sus hijos, dos chicos y una chica adolescentes, en Pakistán. Lleva cuatro años a la espera de saber si puede traer a su familia a Mallorca. Mientras eso ocurre, aunque a veces pierde la esperanza, trabaja una media de 14 horas en su frutería, toma pastillas para la depresión y escucha, como puede, las noticias que le llegan desde su ciudad natal por parte de sus tíos y tías, amigos y primos.

La mujer que le salvó de la calle

Enyatullah pasó los primeros siete meses tras su llegada a España en San Sebastián. Recuerda su imagen, «de enfermo», con una barba larga y sin asear, y de una mujer que, tras verle en la calle, le ayudó y le trasladó a Cruz Roja, donde recibió la ayuda que necesitaba.