Joana Gornés Capó, en la puerta de salida de la residencia el pasado lunes.

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Joana Gornés Capó recibió el alta el pasado lunes por la tarde. Era la última usuaria de la residencia Sa Riera que procede a cerrar sus puertas tras haber superado la tercera ola y tener a toda la población diana vacunada contra la COVID-19 con las dos dosis.

Joana vuelve a su casa, pues es uno de los casos que recibía atención a domicilio. Como ella, buena parte de su familia se contagió con la variante británica. Fue una de las últimas en ingresar en este centro de General Riera a finales de febrero, cuando la ola empezaba a remitir.

La puesta en marcha de esta residencia, propiedad del grupo Domus Vi, fue un logro del IMAS que en un tiempo récord logró alquilarla y dotarla de medios para dar salida a los contagios de la segunda ola. «Se nos pidió poner en marcha este recurso para evitar los grandes brotes», explica el presidente, Javier de Juan.

Su finalidad era acoger a pacientes mayores, positivos y asintomáticos que no requirieran un ingreso hospitalario. Desde entonces han atendido a 231 personas aunque no siempre con el mismo volumen. La directora del centro, Marga Roser, recuerda el mes de diciembre por su especial incidencia. «Tras el puente de Tots Sants ya hubo un goteo continuo de nuevos casos, al principio eran dos o tres personas al día», explica. Pero poco después, «el 11 de diciembre, salió un brote en Pollença y en un fin de semana ingresamos a 30 personas».

En Navidad tuvieron las dos plantas ocupadas, «el 25 de diciembre estábamos todos al teléfono para poder traer a gente de Son Espases y liberarles plazas», prosigue Roser. «Ha sido muy duro para todos».

Maria José Muñoz, coordinadora de enfermería de Sa Riera, coincide en remarcar el buen equipo de trabajo que se fue consolidando en el centro como una herramienta imprescindible para afrontar aquellos días. «Al principio dejábamos recibir visitas y fue muy bien pero justo en Navidad lo tuvimos que parar porque no dábamos a basto y no podíamos garantizar que se siguieran las medidas», explica.

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Ambas calculan que un 25 % de los ingresados terminaron derivándose a un hospital. «Ha habido gente que entraba bien y a lo mejor esa misma tarde empeoraba», relata Muñoz.

«Hemos ido buscando estrategias para resolver lo que se nos planteaba. Muchos pacientes lo vivían mal porque estaban aislados pero al final no se querían ir», añade la directora del centro.

Marga Roser confiesa que «nadie se pensaba que fuera a salir tan bien. Se ha hecho un equipo muy bueno, se han dado buenas atenciones y nos hemos centrado mucho en cada persona».

Maria José Muñoz asiente a su lado. «La sensación ahora es agridulce porque estamos muy contentos de que ya nadie se contagie pero cuando trabajas en una situación tan límite se crea tal unión que, ahora sin habernos despedido, ya nos echamos de menos», dice.

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Una de las trabajadoras mueve enseres con una camilla. Foto: JAUME MOREY

En Sa Riera han trabajado unas setenta personas haciendo rotaciones y atendiendo a usuarios con una estancia media de 14 días. «Tras la vacunación de toda la población residencial, los contagios se han reducido a cero y el centro ya no es necesario para lo que se creó», explica el presidente del IMAS, Javier de Juan. Si vuelven a diagnosticarse positivos entre vacunados, como ya sucedió con la residencia de Montuïri, «hasta ahora lo que ha pasado es que no han desarrollado la enfermedad, así que es más controlable en su propio centro o por el sistema sanitario que si hubiera algún caso lo podría absorber», explica.

«Puede haber una cuarta ola pero no sería entre la población residencial. Ya no hay posibilidad de volver a ver grandes brotes», añade De Juan. Por este motivo a finales de mes el IMAS decidirá qué hacer con el contrato de alquiler con Domus Vi.

Por último, los cribados masivos ya no se hacen con la misma intensidad, sólo cuando un trabajador presenta sintomatologías compatibles con la COVID. «Hemos vuelto al inicio».