Pasajeros de Londres a su llegada a París. | JULIEN DE ROSA

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El domingo pasado publiqué en este periódico un artículo que cuestionaba que se atribuyera a los ciudadanos la expansión acelerada del virus que estaba teniendo lugar estas últimas semanas en Mallorca, sin antes haber documentado otras posibilidades. Me parece que culpar a la gente es un recurso fácil, que aumentar las sanciones, amenazar, prohibir es sencillo, mientras que investigar, analizar, es más complejo. Y mencionaba el caso de un país europeo, que evidentemente era Gran Bretaña, en el cual el fortísimo incremento de contagios del último mes se atribuyó a una mutación del virus y no a las conductas ciudadanas. (Yo no dispongo de información privilegiada: el ministro Matt Hancock anunció públicamente el pasado 14 de diciembre que el incremento de casos en el sureste inglés se debía a una mutación. El 20, seis días después, Europa bloqueaba las comunicaciones con Gran Bretaña, lo cual indica que los mecanismos de alarma no funcionan muy bien en el continente o, peor, que son puro teatro. España lo hacía aún dos días más tarde.)

Este lunes pasado, el responsable de estudiar los genomas del virus en Baleares –sus mutaciones–, decía en la prensa local que los últimos casos estudiados en las Islas son de octubre y que no sabe nada de un nuevo virus porque no ha podido procesar los positivos de noviembre y diciembre. Dijo que se estudia el diez por ciento de los positivos.

Al día siguiente volvía a comparecer en la prensa para manifestar su convencimiento de que el nuevo virus, o la mutación del de siempre, ya estaba en Baleares. No presentó evidencia alguna porque dijo que necesita unos cinco días para estudiar los positivos, pero tiene este convencimiento. Y añadió algo que a mí me resultó mucho más sorprendente: pese a que el virus pueda estar ya en Baleares, no cree que el incremento de casos que se registra en la isla de Mallorca guarde relación con esta mutación.

Me cuesta entender cómo puede haber tantos ‘convencimientos’ y tan pocas evidencias. Pero lo más extraño es que el virus, según el experto, estaría en Baleares pero, atención, no tendría responsabilidad en la extensión actual de la epidemia. O sea que los contagiados que pudiera haber en Baleares, a diferencia de lo que sucede en Gran Bretaña, no contagian. O contagian poco. O, aunque ni ellos saben que son muy contagiosos, no deben de salir a la calle. Al menos parece seguro que la presidenta Armengol, cuando dijo que nos va a aumentar las sanciones, lo hizo bien porque aquí sí la expansión del virus es culpa de los ciudadanos, de la relajación y no tiene que ver con una mutación.

Diez meses después de que llegara el virus, vamos a confirmar una mutación porque hemos leído en la prensa lo que pasa en Londres. Que el virus mutado estuviera aquí debería ser inquietante. Si toda Europa incomunica a Gran Bretaña por miedo a sus efectos; si miles de camioneros han de esperar días y días a poder entrar en el continente, si hemos arruinado las Navidades familiares de miles de personas, si hasta Guatemala impide la entrada de aviones ingleses, debe ser porque aquello es grave. Y si es grave, ¿cómo en Baleares podemos admitir que el virus está aquí, sin más, sin llamar a quienes hayan estado en Gran Bretaña, sin hacer una advertencia pública, sin hacer nada más? Quizás la explicación está en otra noticia que dice que en Baleares se tarda hasta cuatro días en comunicar los positivos de PCR a los afectados.

Los ciudadanos no suelen hacer un seguimiento detallado de la gestión pública, pero sí tienen sensaciones resultado más de lo que se percibe entre líneas que frontalmente. Aquí, en España, en estos diez meses hemos visto que la gestión es desordenada, que hay improvisación, que hoy decimos una cosa y mañana perfectamente podemos defender lo contrario, que nos gusta mucho ordenar las vidas de los demás y, al mismo tiempo, tenemos poca transparencia en la gestión, en la investigación, y escasa inclinación al rigor. No sabemos bien por qué, pero al final todo esto se nota, sale a flote. Y es lo que nos lleva a ser escépticos ante lo que dicen nuestros gobernantes. Incluso cuando hay un virus contagioso delante. Y peor, cuando a veces nos dicen la verdad.