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Tras muchos meses leyendo y escuchando a los incontables entendidos que pululan en los medios de comunicación, empiezo a sospechar que la COVID-19 cuando de verdad es contagiosa es cuando estamos en solitario, aislados, sin vernos con nadie. A mí también me suena raro, porque mi humilde lógica me invitaba a pensar que para que haya contagios debía de haber al menos dos personas, pero tras todo lo que veo, no me queda otra que modificar mis ideas previas. Porque no puede ser que todo sean fake news.

Inicialmente, me habían dicho que este bicho se contagiaba en las aglomeraciones, pero parece que no. Por ejemplo, hemos visto que los autobuses, incluso en Mallorca, pueden seguir operando normalmente con hasta sesenta pasajeros, sin asientos libres entre ellos, y no pasa nada. O sea, como todo está certificado por los expertos, es que el virus no se trasmite en los autobuses. Ni tampoco en los trenes. Ni en los taxis.

Tampoco en los aviones, ni siquiera cuando van llenos a rebosar. Las aerolíneas incluso presentaron sesudos estudios científicos que demuestran que, efectivamente, no es en un avión donde uno pueda contagiarse con el maldito virus. La IATA lo ha confirmado. Y eso se extiende también a esos autobuses bajitos en los que nos transportan desde la terminal al avión, y viceversa.

Después pensábamos que quizás el virus pudiera expandirse a través del sistema educativo. No sólo era una sospecha sino que, de hecho, al principio, muy al principio, se suspendieron todas las clases, tanto en escuelas, institutos como universidades. Pero ha pasado el tiempo y todo ha vuelto a la normalidad. Yo, que doy clases, estoy autorizado para pasar varias horas diarias con unos treinta jóvenes en un aula porque alguien debe de haber comprobado que esto es seguro. Si lo han permitido, no me cabe ninguna duda de que no es en las aulas donde el virus ataca.

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Tampoco es en los comercios. Los gobiernos han permitido la actividad comercial porque, estoy seguro, han estudiado bien las cosas y saben que por entrar en un comercio no hay contagios. Si entro yo, el virus, suponiendo que estuviera dentro, se larga. Donde menos riesgo hay es en los supermercados, porque ni siquiera en el peor momento de la crisis se prohibió su apertura. Nos quedan los bares y restaurantes, pero estoy ya harto de escucharles decir a sus propietarios que en los bares y restaurantes no hay contagios. Dicen que ellos lo saben seguro. Y debe de ser verdad porque están todo el día dentro.

Como no los han cerrado, imagino que esto está confirmado por la ciencia que nos ilumina constantemente. Hay sospechas de que a partir de la doce de la madrugada tal vez podría haber algún contagio, pero por eso tenemos toque de queda. El virus, por lo visto, no duerme de noche. ¿Queda alguien que no haya visto que los cines y teatros están libres de virus? Nos lo garantizan sus empresarios, que saben de esto mucho más que nosotros.

Podría continuar enumerando una enorme cantidad de empresas y negocios que disponen ya de la certificación expedida, previo pago, por una institución de reconocido prestigio en la que se asegura que estamos libres de riesgos si entramos y compramos o consumimos sus productos, por lo que también podemos quitar de la lista a estos establecimientos.
Se acordarán bien de que el 8 de marzo pasado quedó demostrado que en las manifestaciones tampoco hay riesgo alguno. Lo dijo Simón, entre otros. Tampoco parece haber problemas ni en las entregas de premios, ni en las sesiones de los parlamentos, ni en las playas, ni haciendo deporte.

Bueno, creo que visto todo lo anterior, prácticamente podemos llegar a la conclusión de que el virus en realidad se contagia por estar aislado, sin verse con nadie. Debe ser eso. El muy cobarde ataca cuando ve que no tenemos compañía. Nadie lo ha dicho, pero por descarte yo deduzco que sólo nos queda que el virus nos ataque en la soledad.

Espero que no nos prohíban también la soledad.