Una terraza antes del cierre de la zona. | Pere Bota

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Había vida por la calle Arxiduc y colindantes a las 9 de la noche de este viernes, una hora antes del nuevo ‘toque de queda’ del Govern que recluye a los vecinos en sus casas. Y también desconcierto. La gente no sabía bien cuáles eran los límites de la prohibición. Un recorrido por las terrazas de Arxiduc dejaba ver mucho ambiente. Estaban llenas, y todo el mundo hablaba de lo mismo: del cierre inmediato y de los «límites». ¿Pero dónde empiezan y dónde acaban? Ese era el tema.

La temperatura era agradable. La plaza Alexander Fleming, también llamada del ‘Capitol’, estaba a oscuras. Entre las sombras se veían pequeños grupos de jóvenes hablando distraídamente.

Alberto García y su mujer Dyana Morales son de origen colombiano y regentan el bar La Sabrosura, en la misma línea del confinamiento. «Han sido días flojillos, y hoy hemos tenido un respiro –comentaba ella–». Un cliente, Marc Andreu, reflexionaba: «Yo cogí el coronavirus pero no noté mucho los efectos, soy asintomático».

Fer bonda. Eso mismo opinaba el hindú Sahad Haidad minutos antes de cerrar su locutorio. «Es lo mejor para la salud y la seguridad. Yo ya se lo he dicho a mis clientes, que cierro a las 9.30 para después limpiar el local».

La vecina Inma Pieras estaba descontenta. «Es una tontería que bloqueen mi calle y no la de Antoni Frontera. En Son Gotleu lo cerraron todo». Aún más contundente era el dirigente del PP Ricardo Macho con el que también hablamos: «Això és una pardalada com un temple».

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Hussein Tunc, que regenta desde hace 17 años el kebab Kapadokiafrente a la plaza de toros, se lamentaba: «Todo esto me ha afectado mucho económicamente. Tengo a nueve personas trabajando pero he tenido que despedir a tres. Menos mal que muchos clientes se llevan la comida, si no tendría que cerrar».

Fue el miércoles pasado cuando el Govern decretó que 20.000 vecinos del área Arxiduc, Plaça de Toros, Son Fortesa y Son Oliva dejaran de salir por la noche y no abandonaran el barrio sin causa justificada. Todo el mundo lo sabía, pero no conocían los límites, y mucho menos los entendían.

A las diez de la noche, cuando la medida entraba en vigor, se presentaron las dotaciones policiales. Cuatro motos y un coche circulaban Arxiduc arriba, Arxiduc abajo. Aquellos jóvenes de la plaza salieron de su escondite. Los había circulando por la acera que no se daban por aludidos. Otros se desplazaban con monopatines. Pasaban coches. Otros, estacionados, dejaban escapar música, música de resistencia.

Igual que en La Lusitana. A este bar de Arquitecte Bennazar fueron los policías para cerrarlo. La camarera opuso resistencia: «Aquí no llega la prohibición». Los policías estaban seguros de que sí, pero lo comprobaron. Ella tenía razón. Siguió recogiendo, ya no quedaban clientes.

Ciertamente, muchos vecinos de estos cuatro barrios, la gran mayoría mallorquines y personas llegadas de la Península o Latinoamérica, se oponían a dejarse confinar. Pero era una batalla perdida, la misma que se libra con ese enemigo invisible que lo ha cambiado todo.