Entre el suelo y el cielo. Un alemán pasea entre las luces ajeno al grupo que oye las explicaciones. Arriba, una mujer, guía como el resto de visitantes, fotografía un detalle del techo.

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Es, con el Castell de Bellver, la postal de Palma. La Catedral, la Seu, lo tiene todo. Se construyó sobre una mezquita; es la más grande representación del gótico mediterráneo; su historia está unida a la del reino de Mallorca; en ella han dejado sus huellas desde Gaudí a Barceló; está a punto de publicarse un libro definitivo del historiador y arquitecto Miquel Ballester –que retrasa unas décadas el inicio de la cronología oficial– y es, sobre todo lo demás, un derroche de luz.

Nadie debería dejar pasar la oportunidad de observar el caleidoscopio juego de espejos entre el sol y sus rosetones y nadie debería perderse la gama de colores que se proyecta sobre el suelo. La Catedral de Mallorca –o de Palma, que no es momento ahora de añadir polémicas a las polémicas– y el Museu d’Art Sacre ya pueden visitarse. Los interesados pueden consultar horarios y precios en la web. Se ha organizado, para el primer día de julio, una «visita guiada para guías» a la que se ha sumado un grupo de periodistas y, también, gente que ha aprovechado la ocasión de descubrir o redescubrir algo que no es habitual contemplar con cierto sosiego. Fina es catalana. Compra una entrada justo cuando sale el grupo que ha estrenado julio mirando a las alturas (y al suelo y a los laterales también) y comenta: «Vivo en Barcelona, me he escapado unos días a Palma y esto no me lo pierdo; me han dicho que es el rosetón más bonito del mundo».

De haber escuchado las explicaciones de Cristina Ortiz, gestora cultural que guía a la veintena habitual de guías de la Seu, habría confirmado esa impresión y –además– se hubiera enterado de lo que representan las calaveras de la Capella del Sant Esperit, cómo se decidió que Miquel Barceló creara una perspectiva nueva para la Capella del Santíssim o cómo Antoni Gaudí le dio un revolcón al tiempo y al espacio y llenó el gótico de modernismo.

Antes del inicio de la visita, que va precedida de todos los controles de temperatura e higiene propios de la nueva normalidad (no se permitirá la entrada a quien tenga más de 37,2 grados) el deán Teodor Suau detalla que «nunca en 700 años» estuvo la Catedral tanto tiempo cerrada y que visitarla ahora es una oportunidad única.

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El museo que abrió un día

Recomienda visitar el museo. Después de casi un año cerrado por obras, se reinauguró el 12 de marzo a las siete de la tarde. Y añade: «Y sólo estuvo abierto un día pues se declaró el estado de alarma». No pueden visitarse todavía las terrazas. Hay que entrar con mascarilla, no se distribuyen folletos ni autoguías pero se han habilitado códigos QR donde a través del móvil se podrá acceder a toda la información.

Como novedad para este julio se han programado cuatro visitas temáticas guiadas para otros tantos días. Hay que solicitar cita o inscribirse a través de la web. Son Capella del Santíssim (8 de julio), el mundo funerario (15), iconografía musical (22) y Gaudí (29). Cada visita será con 20 participantes como máximo.

Más allá del equipo de guías que han ido tomando nota en este primer paseo por el interior de la Seu, también ha habido visitas de particulares. Una pareja, hombre y mujer de Alemania, recorren la Catedral. Afirman que sólo hablan alemán y que no entienden ni inglés ni castellano más allá de palabras como ‘tourits’ o ‘Germany’. Cuatro personas, también de ese país, se unen luego. A su aire va Teresa, que es argentina y llegó a Mallorca hace unos meses. Aquí vive su hijo. Es vecina de sa Llonja, construcción gótica como la Catedral, y afirma que también acude habitualmente a misa.

No se precisa compañía para visitar la Seu y –de hecho– la soledad parece más recomendable cuando ésta es posible. Si, además, atraviesas un chorro de luces y colores y asistes a la multiplicación de los panes y los peces o a la conversación del agua en vino que recreó Barceló, poco hay que añadir. Ni siquiera «¡luz, más luz!» como Goethe.