Juan Monrey, en su pollería del mercado del Olivar. | L. Becerra

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Este domigno hace 97 días, Palma se preparaba para confinarse. Ante la inminente declaración del estado de alarma, la incertidumbre y el miedo se apoderaban de la gente, que sin embargo aun tuvo coraje para escaparse al súper o al mercado para llenar la despensa. En l’Olivar, los puestos de carne hicieron su agosto. En una crónica publicada al día siguiente en este periódico, Joan Morey, propietario de una pollería, señalaba que «los clientes que habitualmente se llevan una pechuga este domingo se han comprado cuatro o cinco». Este sábado, último día del estado de alarma, volvimos a visitarle. «Nada, aquella fiebre duró un par de días. Luego la cosa bajó y ahora tenemos las ventas normales. Lo más difícil fue el confinamiento duro, que impidió que clientes de barriadas o de fuera de Palma pudieran venir a hacer la compra».

Aquel sábado –el 14 de marzo– también vimos a Martín Enrique bajar la persiana de su tienda en el Pas den Quint. «He cerrado antes de hora y creo que no regresaré hasta dentro de dos semanas», decía entonces. Este sábado Martín explicaba que no reabrió hasta el 18 de mayo, dos meses después. ¿Qué opina de las medidas del estado de alarma? «No están mal, pero algunos requisitos han sido difíciles de cumplir para los comercios. Nuestro problema es que sin turistas apenas hay ventas. Hasta que no regresen no recuperaremos la verdadera normalidad».

Carlos Flexas, hijo del propietario del bar Bosch, comentaba el 14 de marzo que los clientes de toda la vida se despedían y le decían que regresarían dentro de quince días. Tampoco pudieron hacerlo hasta mayo. Este sábado, su padre, Nofre Flexas, advertía de que algunos aun siguen en casa, por miedo, y hacía la misma observación que Martín Enrique: «aun faltan los turistas». «Para este verano me conformo si logro igualar gastos e ingresos», añadió.

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El mercado ecológico de la Plaça dels Patins también estaba a rebosar, aquel sábado de marzo. Este sábado se podía comprar sin hacer mucha cola. Antoni Feliu Pou, placer y payés, explicó que la situación se ha normalizado. «La verdura más o menos se ha seguido vendiendo en cambio, la carne, la leche o el aceite apenas salen».

En Jaume III encontramos al taxista Guillermo Rosado, que recuerda que durante el confinamiento llegó a entregar las llaves a su jefe tras trabajar 9 horas sin recoger un solo viajero. «Desde mayo la situación es algo mejor, pero yo he tenido que buscarme otro trabajo para poder vivir», señaló.

No muy lejos, la alemana Gina Mundiens lee un libro sentada en una acera del Corte Inglés junto a dos perros. Explica que vino a finales de febrero, «como cada año», para trabajar en la hostelería, pero que los hoteles están cerrados y vive en la calle. Recaba dinero para comprarse una tienda de campaña. «¿Que si he pensado en regresar? De ningún modo, también hay poco trabajo en mi país. Este verano también me quedo».