Mallorca ha pasado en los últimos 27 años de contar con 12 hectáreas dedicadas a la producción biológica a las casi 30.000 que hay en la actualidad. | Pere Bota

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Gallinas en libertad, gallinas felices. Esta es la frase que podrían utilizar como lema Albert Bisquerra y Rubén Chireli, dos emprendedores que hace tres años decidieron abandonar sus respectivos trabajos, cansados del estrés del día a día, para poner en marcha Bio Can Goi, una granja de gallinas ecológicas. «Un negocio tan arriesgado como necesario en la Isla y, además, un pelín romántico», reconoce Albert Bisquerra, uno de los socios de esta empresa. Y como él, 907 operadores se han sumado ya a la ola de la cultura eco en las Islas. Lo que ha llevado a que en 2018, Baleares bata sus propios récords en el campo de la producción ecológica.

Para que entiendan el tamaño de este negocio, un par de datos: solo en Mallorca se destinan ya casi 30.000 hectáreas de labranza a los cultivos biológicos, cifra que aumenta hasta las casi 35.849 hectáreas si sumamos el resto de Islas; lo que supone que el 16 por ciento de los campos mallorquines se trabajen con criterios de sostenibilidad. Y las cifras del sector son imparables.

Sector en expansión

La superficie agrícola dedicada en nuestra Comunitat a la producción orgánica creció en 2018 un 8 por ciento en relación al año anterior. Más de la mitad de esta superficie (un 54 %) son prados, pastos y forrajes dedicados a la alimentación del ganado de producción ecológica. Pero a pesar de ser un sector en franca expansión, «las trabas administrativas siguen dando quebraderos de cabeza a los productores que trabajan en este campo», lamenta Albert Bisquerra, socio de la granja de ponedoras Can Goi, que en tres años de trabajo ha duplicado el número de animales, recogiendo diariamente una media de 1.800 huevos ecológicos que venden en mercados y tiendas especializadas de la Isla.

Rubén y Albert pusieron en marcha hace cuatro años esta granja avícola.

«Seguimos una normativa muy estricta para contar con el sello eco. Por un lado, que haya un número exacto de gallinas por metro cuadrado, que campan a sus anchas por los 12.000 metros cuadrados de la granja, y un pabellón interior donde ponen los huevos, beben agua y se alimentan», explica Bisquerra, al tiempo que recuerda que la comida también es parte importante para mantener la calidad eco: «Comen un tipo de grano ecológico que traemos de Barcelona y es tres veces más caro que el normal. Pero estos sacrificios rentan, aunque las gallinas vivan mejor que nosotros», recalca con sorna uno de los fundadores de Can Goi.

¿Por qué renta cumplir esta normativa? Porque el negocio eco no deja de crecer y los consumidores demandan este tipo de productos, de más calidad y proximidad. «Aquí hay un negocio por explotar. Y granjas de gallinas ponedoras ecológicas se cuentan con los dedos de una mano en Mallorca», reconoce Albert Bisquerra, que reta a cualquiera a comer un huevo de una gallina criada en una jaula con uno de las suyas: «Se nota el sabor con solo probarlo. Se lo aseguro».

Mínima picaresca

Lo llamativo del auge del sector de la producción agropecuaria ecológica es que la picaresca del payés balear es mínima. Quizá porque saben lo difícil que es conseguir el sello ecológico y lo fácil que resulta perderlo. Las trampas son mínimas. El resultado de las 1.139 visitas y certificaciones realizadas el año pasado por el Consell Balear de la Producció Agrària Ecològica (CBPAE), entidad encargada de la certificación de los productos agroalimentarios ecológicos en el Archipiélago, desprende que se retiraron tres certificaciones en las Islas y solo un 5 por ciento de los análisis dieron resultados irregulares, aunque bien es cierto que la mayoría de los problemas se debieron a vertidos ocasionados por propiedades colindantes a las producciones ecológicas que a los mismos payeses, y se tomaron las medidas necesarias para paliar la situación.

La moda de la comida ecológica. Palma y Santa Maria cuentan con sus propios mercadillos dedicados a la venta de productos ecológicos y de proximidad.

Tomeu Domenge tardó dos años en conseguir el sello eco para sus terrenos situados en Son Ferriol. Hace cuatro, su mujer y él decidieron dejar sus respectivos trabajos como albañil y cocinera para centrar sus esfuerzos en una explotación agraria dedicada a las hortalizas de temporada, el cereal y los árboles frutales. «Viví de pequeño el trabajo del campo gracias a mis abuelos y pensamos que el cultivo ecológico era beneficioso para toda la sociedad, aunque los costes sean superiores», explica Domenge, al tiempo que señala que sus clientes exigen productos frescos y de calidad: «Y no son más caros, como dicen. Nosotros vendemos muchas verduras de temporada al precio de mercado en muchas ocasiones», recalca el payés.

¿Qué le llevó a este cambio de vida? Tomeu lo tiene muy claro: «Creemos que el cultivo convencional de hortalizas está destrozando el medio ambiente. Por eso elegimos la producción ecológica, si destrozas el campo, que te da de comer, al final termina pasándote factura. Este es nuestro granito de arena», finaliza.