Yvonne abre la puerta para ir sacando cajas. | Jaume Morey

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El ‘imperativo categórico’. Así llamó Kant a ese concepto que te lleva a hacer lo que hay que hacer más allá de cualquier norma o imposición. Si es eso, el ‘imperativo categórico’, lo que explica que quienes utilizan el autobús en Palma sigan recargando sus tarjetas ciudadanas, aunque haya más posibilidades que nunca de viajar sin pagar, es algo que quedará para quienes filosofen sobre el estado de alarma que llega a su día 42.

Loli, de la papelería Multicentro Blau Press, en la calle Jaume III, confirma que sigue recargando tarjetas para el bus. «Pero menos porque pasa menos gente». Y añade que «a ver si se anima a partir de la semana que viene cuando pueda salir más gente, también los niños a pasear». Son las ganas de que vuelva la normalidad. Que costará. «Lo que vendemos más por un lado no compensa lo que dejamos de vender por otro», resume ante un cartel que informa de que empieza un nuevo horario. Abrirá unas horas por la tarde.

El sol ayuda mucho a creer que la normalidad regresará tarde o temprano. Pero los sábados suele comparecer Pedro Sánchez por la tele desde hace cinco semanas, y sábado es el día que elige para anticipar la prórroga del estado de alarma.

Hay pequeños cambios, pequeños gestos, pequeños comentarios que son deseos más que otra cosa. Por ejemplo: el esqueleto del escaparate del centro quiropráctico de Jake Smith, en la avenida Argentina, ya no lleva el cartel de «Yo me quedo en casa». Ha sustituido el cartel por una zapatillas. Por unas zapatillas de estar por casa. Smith explica que es fisioterapeuta y que eso le permite desarrollar su actividad. «Vengo yo solo, para casos urgentes y el resto del equipo está de vacaciones», añade.

Los bares, para largo

La normalidad vendrá precedida de una fase de desescalada, que es otra palabra que quedará incorporada para siempre al vocabulario de la gente que haya vivido el estado de alarma.

Dani está subido en lo alto de una escalara que sostiene Porfirio desde abajo. Se encargan de la limpieza y desinfección de la residencia para personas mayores de la calle Oms.

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Están quitando «cacas de paloma» de la fachada. Dani y Porfirio también tienen ganas de que vuelva la normalidad. Su deseo es idéntico al de Marcos. Es propietario de un bar y sabe que para eso falta mucho.

Marcos se ha pasado un rato por el bar Glops, en la calle Bonaire. Tiene asuntos que arreglar e ir dejando otros preparados para más adelante. Ahora es autónomo. Hasta 2013, empleado del mismo bar cuando se llamaba Dry. «El dueño quiso vender tras la crisis de 2013 y decidí comprarlo con Natalia», explica.

Aunque el bar se llame Glops, su antigua clientela sigue llamándole Dry. Hay muchas historias en ese bar, como en todos los bares. «Hombre, si para Navidad y Nochevieja no hemos abierto, nos podemos retirar», dice. Esas fechas son clave desde hace años.
Hay actividad en Golfino, una tienda dedicada a ropa y equipamientos para jugar al golf.

Movimiento de cajas. No traen material, sino que se lo llevan. Es la otra cara de la normalidad.

Lo explica Yvonne, entreabriendo la puerta: «La matriz alemana quebró antes del coronavirus y ya no les interesa tener una tienda en Palma. Sólo la venta ‘on line’ y las de Málaga». Y añade: «¡Con lo que me gustaba y además iba muy bien!».

Qué curioso –eso no lo dice Yvonne–, que haya alemanes que quieren poder volver a su segunda residencia de Mallorca y que también haya alemanes que quieran buscar su negocio fuera de Mallorca.

En Cecili Metelo, un cartel de una herboristería anuncia que «te estamos esperando». Celeste atiende a Marian, funcionaria judicial. Hablan de la vuelta a la normalidad y la desescalada. Marian se pregunta cómo van a organizarse las distancias en las esperas de pasillo en los juicios. Habrá que esperar.

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