La noria es la única estructura que permanece intacta en el recinto. | M. À. Cañellas

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La noria parece más grande con Son Fusteret casi vacío. La Fira del Ram ya no es un parque de atracciones cerrado, es un descampado en el que se desmonta todo. Como si hubiera acabado pero con una sensación de malhumor que sobrevuela. Apenas quedan unas pocas atracciones en pie y restos de otras: los ejes rojos de los dos grandes tiovivos de los que se suspendía a gente a decenas de metros de altura, unos coches de choque.

En el recinto hay más camiones que personas. Tráilers de gran tamaño que esperan para llevarse lo que queda. Por el suelo aún se ven restos de las apenas dos semanas que pudo funcionar la Fira: latas de refresco y de cerveza, sobre todo. Pocos operarios salpicados aquí y allí y alguna muestra de la normalidad actual: una mujer que entra en el aparcamiento de al lado con bolsas de la compra de los supermercados más cercanos al recinto, un hombre que pasea por dentro de la explanada aparentemente sin una función fija y otro con un perro. La principal conexión con la realidad de estos días.

En el recinto vecino, donde se instalan los feriantes, todavía se ven furgonetas y caranavas. No se puede entrar: «El jefe no quiere nada». Contacta por teléfono, en efecto, el jefe no quiere que pase nadie: «Me remito al comunicado de prensa, no queremos decir nada más». Lo mismo que otros sectores económicos, los feriantes se han quedado sin actividad durante semanas y les queda la incertidumbre de ver si en la siguiente ciudad a las que les toque será posible abrir o si el personal está para coches de choque.

En la explanada, una pareja de mediana edad recoge los premios de su puesto. Los peluches y juguetes de la rifa. «No nos hagáis fotos, que me busca la policía porque he robado cien bancos y trescientas cajas de ahorros», dice él. En el mismo tono explica que «los que han podido ya se han marchado a la Península». Quedan los que viven en la feria.

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¿Cuántos hay? «Tres mil», dice. En realidad son en torno a medio centenar de personas. Los nómadas que se mueven con las atracciones a cada lugar pasan el confinamiento en las furgonetas y las caravanas aparcadas al lado. No se ve apenas a gente y nadie pasa por delante de esta zona, escasa siempre en peatones y que ahora es también tranquila en tráfico. Nadie se mueve por las tiendas adyacentes, todas cerradas. El vecino polígono de Son Castelló no está ni a medio gas. Se nota en el aparcamiento situado al lado de Son Fusteret, donde hay miles de plazas vacías.

Pérdidas

Un fin de semana como el que empieza ahora, con cambio de hora, sería uno de los picos de asistencia a la Fira. Colas en las atracciones de gente que quiere dar vueltas, subir al cielo y bajar de sopetón y chocar. El túnel del terror es otra de las atracciones que quedan en pie y donde ha entrado todo el mundo, también la fira. Los que recogían los peluches los arrastran en grandes bolsas hasta la otra punta del recinto. «Que no os contagiéis», se despiden.

Los puestos más pequeños han sido los que han desaparecido por completo. Aún no ha comenzado el desmontaje de la noria, el emblema de la feria cuya presencia avisa a Palma entera de que es tiempo de atracciones. Otros años estaba pintada de blanco y éste tiene un toque futurista con un color metalizado que hace que refleje más el sol. La estructura se ve desde algunas habitaciones del hospital de Son Espases. La feria tendrá que esperar al año que viene para ponerse en marcha. Una semana antes de cerrar un puesto ofrecía de premio papel higiénico. La diversión no se salva.