Imagen interior de la confitería. | Teresa Ayuga

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Can Frasquet no cierra, pero tampoco volverá a ser lo que ha sido desde 1697, la primera ocasión en que se tiene constancia del nombre vinculado a la pastelería. Desde 1890 el establecimiento, ubicado en la céntrica calle Orfila, de Palma, estaba en manos de la familia Casasayas, desde que Josep Casasayas Casajuana, un catalán afincado en Mallorca, adquirió el negocio en el que había alcanzado la categoría de maestro confitero. Desde entonces, Can Frasquet era una referencia indiscutible a la hora de degustar algunos de los dulces típicos de la Isla, en especial los quartos embatumats –alabados por Alfonso XIII durante una de sus visitas a la Isla– y los turrones, entre otras especialidades.
«Can Frasquet no cierra», aseguró ayer Jordi Casasayas, aunque admitió que «hemos traspasado el negocio, que a partir del próximo mes de octubre se convertirá en un bar de copas y restaurante, aunque también ofrecerá algunas de las especialidades de la casa pero que ya no elaboraremos nosotros».

No obstante, los nuevos propietarios podrán seguir haciendo uso de la marca Can Frasquet, aunque en el obrador ya no estará la saga Casasayas elaborando panellets o los caramelos de Sant Blai, tampoco las diferentes variedades de panades.

Aunque técnicamente Can Frasquet no cerrará sus puertas, lo cierto es que cambia de manera radical su oferta gastronómica, toda vez que entre sus centenarias paredes –todavía decoradas con un estilo un tanto versallesco– se podrán degustar cafés y licores, mientras que lo que hace referencia a la restauración sólo ha trascendido que la explotación correrá a cargo de un profesional del sector que es mallorquín, pero cuyo nombre no se ha querido dar a conocer.

Can Frasquet, otro negocio centenario de Palma que claudica aunque, al parecer, con intención de vivir una nueva aventura, pero lejos ya del azúcar y el chocolate, del merengue y la nata. La ciudad de Palma pierde uno de sus aromas y sabores más característicos.