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Mónica March es trabajadora social de acción de base de Càritas en Palma y vive a diario lo que la crisis económica y el paro están haciendo con cientos de personas que hasta no hace mucho podían considerarse de clase media y que ahora recurren a ONG's como ésta o a las instituciones públicas para pedir ayuda económica. Se les ha denominado 'nuevos pobres'.

«Es verdad que, al igual que hace unos años se dio el boom de la inmigración, de un par de años a esta parte atendemos a un nuevo perfil de usuarios, familias 'normalizadas' que vienen a solicitar ayuda, en las que, con frecuencia, uno de los miembros de la pareja ha perdido el trabajo y con el sueldo que queda se paga la hipoteca, pero no da para otras facturas, para la alimentación o el colegio de los niños», explica esta profesional.

Por si los apuros económicos no fueran bastante, reconoce que «la situación de estas personas se agrava con problemas de ansiedad o depresión, al encontrarse en una situación que no esperaban y que les ha obligado a recurrir, en este caso, a Càritas para desnudar su alma y contar sus problemas». «Aunque es cierto -añade-, que cada persona afronta la realidad como puede y no hay puntos comunes entre todos, casi ninguno se libra de padecer ansiedad».

Y lejos de reducirse, los casos van en aumento, lamenta, «porque muchas de estas personas que en principio sí cobraban una prestación por desempleo o tenían una ayuda familiar, a estas alturas la han agotado y siguen sin encontrar trabajo porque la crisis aún no ha terminado».

Las profesionales de Càritas, caso de Mónica March y sus compañeras (todas son mujeres), abordan cada situación de forma individual, «ya que estas personas suelen demandar una ayuda económica, pero en algunos casos se requiere además un trabajo de orientación laboral para intentar que puedan encontrar otro trabajo, como de hecho se ha conseguido en algunos casos, en otros no porque la realidad es la que es y no hay trabajo». No obstante, precisa, «en la mayoría de estas realidades requieren ayuda económica por haberse quedado en el paro, pero no tienen otra dificultad, son personas que funcionaban bien, que trabajaban y que en cuanto encuentren un empleo volverán a funcionar como antes».

El perfil profesional que se atiende es muy variado, «vienen familias de muchas clases sociales y perfiles laborales», como comerciantes o empleados de banca, «aunque donde más se ha notado es el terreno de la construcción y la hostelería», reconoce. Hace unos años, recuerda March, cuando había un problema familiar de este tipo solía ser la mujer la que acudía a pedir ayuda, pero en estos momentos vienen tanto hombres como mujeres, «es más, si sólo viene uno de ellos, nosotros intentamos que vengan los dos juntos y citamos a la pareja para las entrevistas, pues el problema es de la familia. Y normalmente acaban viniendo los dos».

Dar el paso

Suele ocurrir que «siempre hay uno que da el primer paso, porque se encuentra más desesperado y quizá para su pareja aún no ha llegado el momento de acudir a un lugar como Càritas. Normalmente cuando las personas llegan aquí es porque ya han agotado la vía de la familia o los amigos o porque su entorno social se encuentra en su misma situación. La familia o amigos te pueden echar una mano un tiempo, de forma puntual, pero ellos saben que no es solución a su problema», comenta.

Por último, indica que si la trabajadora social lo estima oportuno para ayudar a una persona, con frecuencia a cambio de la ayuda (a veces es económica y en otros es de servicios o de becas de guardería, de comedor escolar...) se le pide algo a cambio, determinado en el plan de trabajo, como puede ser que amplíe su formación.

En Càritas-Palma hay en estos momentos diez trabajadoras sociales en el equipo Individual Familiar y otras seis en el Comunitario.