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LOURDES TERRASA La congregación de Terciarias Trinitarias gestiona Llars del Temple, seis pisos de acogida ubicados en el mismo inmueble pero que funcionan de manera independiente, con un total de 43 chicos y chicas entre 6 y 17 años. Cada piso cuenta con su propio equipo de educadores sin turnos rotatorios, lo que da estabilidad a los niños. Todos están bajo la guarda o tutela de Menores, lo mismo que los del resto de hogares infantiles de Mallorca.

En Llars del Temple se trabaja con diferentes programas. El de reunificación familiar, que se lleva a cabo a través del Institut Mallorquí de Afers Socials (IMAS) y conjuntamente con los servicios sociales, supone acotar en el tiempo el ingreso del niño en una residencia mientras se trabaja con la familia para recuperar sus condiciones, eliminar la conflictividad y mejorar las habilidades parentales.

«Al Temple no llegan sólo niños porque sus padres no tienen casa ni trabajo, muchas veces lo que falla es la capacidad de esos padres para brindar al niño lo que necesita, y cuando las carencias son grandes, eso da lugar a lo que llamamos maltrato, entendido en el sentido más amplio», señala Magela Sosa, directora de Llars del Temple. «Muchas veces las secuelas que deja en el niño esa situación familiar repercuten en su rendimiento escolar o en su conducta, y de lo que se trata es de trabajar todo eso, trabajar con el niño y con la familia para facilitar el retorno».

En otros casos, el niño debe separarse de forma definitiva de su familia biológica por diferentes motivos, aunque mantiene un régimen de visitas. El programa de separación definitiva supone preparar al niño para ser acogido de forma permanente por otra familia. «Las residencias como el Temple deberían ser un lugar de acogida temporal, una anécdota en la vida de estos niños, un paso más en el camino para encontrar una verdadera familia», afirma Magela Sosa, «pero muchas veces la dificultad que nos encontramos es que el proceso se eterniza».

El problema es que hacen falta familias en Mallorca dispuestas a participar en un proyecto como este que, en definitiva, representa para estos niños darles la oportunidad de poder proyectarse hacia el futuro, algo que no se consigue en un ámbito de inestabilidad, de provisionalidad o de inseguridad.

La directora de Llars del Temple reconoce que «muchas familias tienen miedo del acogimiento permanente, tienen prejuicios, porque se trata de niños que tienen una edad y una historia, y las personas ajenas a nuestro ámbito de trabajo pueden tener la percepción de que son niños conflictivos, cuando no es así. Un niño que está bajo la tutela de Menores es un niño que necesita ser protegido, no es un niño que haya hecho nada malo. También existe el miedo a la familia biológica, pero ésos son miedos que nosotros podemos ayudar a vencer». «Un niño que llega a una residencia de acogida es un niño herido que necesita toda nuestra ayuda, y si es imposible el retorno con sus padres, ese niño necesita encontrar una nueva familia que le aporte cariño y seguridad».

Los niños que viven en residencias de acogida son niños que llevan una vida normal, van al colegio o al instituto, van a los clubs d'esplai, a clases de baile o de idiomas. Pero nada es comparable a la vida en el seno de una familia, y eso es algo que cualquier niño merece.

El paso de un niño desde una residencia a una nueva familia exige un proceso de adaptación que en todo momento está supervisado por los educadores y psicólogos, los técnicos del IMAS, porque surgen dificultades, pero se pueden superar. «A estos niños les ha fallado en un momento dado la figura del adulto y no confían, por eso hay que darles el tiempo necesario para que superen sus heridas, para que aprendan a vivir en familia, es la oportunidad de poder brindarles un futuro, una calidad de vida, un referente. Hasta que la familia de acogida se gana la confianza del niño pueden pasar muchas cosas, porque el niño también la pone a prueba», advierte Magela Sosa.

Son muchos los niños de Mallorca que esperan poder encontrar esa familia de acogida permanente, «a los que se les está pasando el tren de la vida y a los que lamentablemente no les podemos ofrecer otra cosa, y que merecen tener una oportunidad». «Para ser una familia de acogida permanente es necesario ponerse en una disposición de querer dar, porque después, aunque a lo mejor tenga que pasar un tiempo, recibirá todas las satisfacciones que pueda dar la presencia de ese niño. No se puede evaluar al niño desde el primer día, pero hay que ser optimista y estar convencido de que ese niño se va a adaptar, se va a sentir cómodo, respetado y aceptado de forma incondicional, eso es algo muy importante para él». «Estamos atendiendo a niños que han sufrido mucho y es justo que la sociedad repare ese daño. Yo creo que debe haber familias que estén dispuestas a darles esa oportunidad y a lo mejor no saben cómo hacerlo. Lo primero es perder el miedo, tener ganas y entender que es muy grande la gratificación, porque cuando un niño dañado emocionalmente entiende lo que es el buen trato aprende a superar todos los obstáculos».