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Cuando estamos a punto de traspasar el ecuador del año, el Euríbor nos da otro respiro situándose en su valor más bajo de la historia, poco más del 1'6 por ciento, prometiendo sustanciosos ahorros a quienes revisen la hipoteca próximamente, aunque las nuevas condiciones no propicien que los nuevos préstamos cuenten con estas ventajas. El dato, unido a la bajada más o menos generalizada de los precios, constituye un alivio para el ciudadano medio, que meses atrás veía con estupor cómo el pago de sus letras devoraba casi por entero el salario.

Muchas familias, pues, podrán ahorrar, o al menos vivir con cierto desahogo en los próximos meses, aunque probablemente esto no servirá para animar el consumo privado en la medida en que se necesita.

La clave está en la desconfianza. Millones de españoles pierden el empleo y cientos de miles temen que lo mismo pueda ocurrirles si la situación se prolonga. Por eso ahora la alegría del consumo desmedido que se ha vivido en los últimos años se convierte en impensable. Los más austeros serán capaces de ahorrar un poco, y el resto limitará sus gastos a sus ingresos, como manda el sentido común. Aquella algarabía de tarjetas de crédito ha pasado a mejor vida, al menos de momento.

Entretanto, las autoridades mundiales aseguran que la recuperación llegará a principios del año que viene. Quizá sea la ocasión perfecta para diseñar un modelo de consumo mucho más razonable y, desde luego, para promover un modelo productivo completamente ajeno al que hasta ahora hemos mantenido. La apuesta por la calidad, por la formación y por lo sostenible es ya una obligación. Convirtamos, como dice la publicidad, esta crisis en una oportunidad.