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Trescientos sesenta y cinco escalones, tantos como días tiene el año y tras la escalada multitudinaria a través de los peldaños, ya en la pequeña explanada del Calvario, las antorchas iluminan tenuemente un espacio en el que se respira un silencio sepulcral.

El Davallament de Pollença es sin duda uno de los más solemnes y admirados de la noche del Viernes Santo en la Isla. La delicadeza y hermosura de la talla del Sant Crist, la espectacularidad del espacio donde se realiza y el descenso por los 365 escalones hasta la iglesia de Nuestra Señora de los Àngeles (52 peldaños más desde el año 2005 con motivo de una reforma urbanística) hacen de la procesión del Viernes Santo en Pollença, un punto vital de encuentro de devotos y turistas.

Una hora antes de iniciarse el Davallament ya resulta imposible encontrar sitio para aparcar en Pollença. La asistencia es tal, que también desde 2005, el Ajuntament instala una pantalla gigante en la escalinata para que todos aquellos que no pueden encontrar un espacio preferente en la explanada puedan vivir los detalles del ancestral ritual.

La polémica generada cuando la cofradía de las Capas impidió hace unos años que la entonces alcaldesa, Francisca Ramon, vistiera su tradicional indumentaria como antes habían hecho otros tantos representantes políticos, no hizo sino acrecentar todavía más la presencia de público.

Ajenos a la mirada de los foráneos, los pollencins viven con una emoción indescriptible todo el proceso. Los guardas romanos aguardan a los pies de la cruz tenuemente iluminados por la luz de las antorchas, con la capilla del Calvario como telón de fondo. Hermoso es también el ritual que se sigue para descolgar al Cristo, un imposible juego de gasas y nudos, sólo apto para los que han crecido con el Davallament como parte de sus raíces. Con la talla ya al pie de la cruz, preparada para el descenso, comienza el desfile innumerable de cofrades, mientras, el coro entona el Miserere Crist Deus.