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La invasión israelí de la Franja de Gaza es un episodio más de la tragedia de Oriente Próximo, un episodio de los más sangrientos, de los más crueles, con centenares de víctimas inocentes del lado palestino y con el total convencimiento de que la desproporción de los ataques ordenados por el Gobierno de Tel Aviv sólo ocasionarán mayor inseguridad para Israel, justo lo contrario de lo que se pretendía.

Del mismo modo que ha quedado patente la incapacidad de unos y otros para alcanzar puntos de acuerdo que impidieran cualquier acción violenta, también han quedado en evidencia una comunidad internacional y una Organización de Naciones Unidas (ONU), que, pese a todos los indicios, pese a todos y cada uno de los ataques previos, han reaccionado tarde, cuando ya poco se podía conseguir por la vía de la diplomacia.

Hamás ha persistido durante meses en el lanzamiento de cohetes contra Israel y éste, como es habitual en sus refriegas con los palestinos, ha reaccionado con una desproporción inusitada, arrasando a sangre y fuego los territorios de Gaza.

Por desgracia, muchos inocentes padecen luego las consecuencias de los actos de unos pocos, más si tenemos en cuenta que la organización palestina esconde sus arsenales y sus cuarteles generales en zonas pobladas, mezquitas y viviendas.

Preciso es que se retome la vía del diálogo, pero para emprender ese camino habrá que contar con una mayor implicación de la comunidad internacional para evitar que los israelíes, en período próximo a las elecciones, se enconen en posturas militaristas de dureza extrema y que los palestinos de Hamás hagan bandera de la venganza como único objetivo.