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Mariano Rajoy respondió ayer con un órdago al sector del Partido Popular que quiere forzar su dimisión reiterando su candidatura a la presidencia e invitando a que se formalice una lista alternativa, todo un reto que pone de manifiesto el elevadísimo grado de tensión interna que se vive en el seno de la formación conservadora.

La renuncia de la militancia por parte de Ortega Lara, como muestra de adhesión a la postura de María San Gil, ha sido el detonante de una situación larvada desde la salida de Zaplana y Acebes. En una especie de espiral de vértigo, los acontecimientos en el Partido Popular se precipitan como consecuencia de la presión que ejerce Esperanza Aguirre por un lado -descabalgada de cualquier opción en la dirección estatal- y determinados grupos mediáticos por otro, interesados en mantener intacta su influencia en la toma de decisiones por parte de la cúpula conservadora; tal y como ocurrió durante la pasada legislatura.

Sería razonable que Rajoy explicase los motivos que justifican el cambio de estrategia del PP, toda vez que él ya era presidente nacional en la etapa en la que se radicalizó al máximo el mensaje de los conservadores en los últimos cuatro años, a pesar de que resulta obvio comprobar que con los resultados electorales del pasado 9 de marzo es impensable poder alcanzar el poder: batacazo electoral en Catalunya y el País Vasco e imposibilidad de acuerdos con los partidos nacionalistas.

Rajoy está empeñado en moderar las formas del Partido Popular -asegura que sus principios ideológicos no han variado ni un ápice- para tratar de reconquistar, al menos en parte, el espacio de centro político. Lograr mantener la unidad en este viaje ya parece que es una tarea imposible, aunque ello no significa que vaya a salir perdiendo.