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Antonio María Rouco presidirá, hasta el próximo 2011, la Conferencia Episcopal Española después de imponerse, en una ajustada votación, a Ricardo Blázquez. Un Blázquez que, hace unos días, aseguraba que «no se pueden imponer unos criterios morales» y que, curiosamente, es el que ha perdido la elección. El regreso de Rouco se interpreta como el triunfo del sector más conservador de la jerarquía eclesiástica, la cual en los últimos meses venía manteniendo un claro enfrentamiento con el Gobierno.

El regreso del cardenal y arzobispo de Madrid a la dirección de la Conferencia Episcopal pone de manifiesto el inmovilismo que impera en las estructuras de la Iglesia española, circunstancia que está generando algunos movimientos de contestación interna. De cumplirse las expectativas, el mandato de Rouco Varela acrecentará las voces críticas que reclaman una mayor sensibilidad de la Conferencia Espiscopal hacia cuestiones que la sociedad española asume con normalidad. Aunque es evidente que los obispos tienen todo el derecho de dictar las directrices morales que consideren convenientes para los católicos, cabría esperar mayor respeto de la jerarquía por las leyes civiles que, por ejemplo, permiten el divorcio, el aborto o el matrimonio entre homosexuales. Sería bueno que la Conferencia Episcopal no olvidase las palabras del que hasta ahora ha sido su presidente: «La Iglesia no puede imponer la fe y la moral cristianas. Sólo ofrecerlas con franqueza». En un Estado aconfesional como es España este tipo de cuestiones deberían quedar muy claras.

Todavía es pronto para juzgar la nueva etapa de Rouco Varela al frente de la Conferencia Episcopal, pero todos los indicios apuntan que se mantendrá la actual línea conservadora. Pese a ello, sería conveniente que se establecieran puentes y se evitaran nuevos enfrentamientos con el Gobierno socialista, en el caso de que éste tenga continuidad a partir del próximo domingo.