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VICTORIA GRIMA Más que un barriada, Santa Catalina se alza como un pequeño pueblo que se aferra en mantener su identidad propia. El espíritu comercial y mediterráneo del barrio «más antiguo» de Palma se mantiene con «la vida dinámica y asociativa de primera magnitud» que se respira en la zona, según el portavoz de la asociación de vecinos de Santa Catalina, Pere Felip. Un carácter que ha evolucionado hasta convertir el barrio en punto de encuentro gastronómico y de ocio, «con numerosos visitantes que comprueban el carácter bonachón y solidario de los cataliners».

La barriada hunde sus raíces en el siglo XIV, época en la que se fundó el hospital de los Pobres de Santa Catalina, agrupándose alrededor el primer rabal de población. Doscientos años después, nacía otro pequeño núcleo de casas al lado del oratorio de Sant Magí y en 1860 se alcanzaban casi los 2.500 vecinos. Así, hasta hoy en día, donde rondan los 40.000 habitantes.

Los cines y las tertulias de café marcaron también una época en Santa Catalina: «Aún perdura en la memoria el cine Progreso, el Victoria y el Moderno, o los cafés como Cas Colomista, donde siempre se hablaba de palomas, o Can Mujeres, de carácter más libertino», apunta Pere Felip.

A su vez, el recuerdo de la fábrica de Can Pieras, de hierro y cemento, o la de Calzado Can Massanet certifica que Santa Catalina fue una zona industrial de primer orden entre 1890 y 1950.

El urbanismo y la lengua constituyen el resto de señas características de unos vecinos «más cataliners que palmesanos». Según Felip, el barrio esconde una fisonomía arquitectónica mediterránea que conserva, «a diferencia del resto de zonas», el aire del siglo pasado «con sus balcones, plantas bajas o de una altura». Un espíritu «últimamente asesinado como ocurrió con la construcción de un gran edificio delante del Bar Cuba». El representante de la barriada asegura, además, que «nuestra lengua se habla más que en el resto de barrios».