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CARLES DOMENECH
El plan alternativo de transporte de Renfe en las cercanías de Barcelona se mantendrá al menos hasta el 30 de noviembre. Víctor Morlán, secretario de Estado de Infraestructuras del Ministerio de Fomento, declaró el lunes que será entonces cuando se decida, según valoraciones técnicas, si se repondrán las líneas afectadas por los sucesos del pasado 20 de octubre en la construcción de las vías para la llegada del tren de Alta Velocidad. No se ha fijado una fecha para que las líneas C2 Sur, C7 y C10 se normalicen.

La incidencia supone que miles de pasajeros que se desplazan cada día desde Barcelona o a ésta, tengan que sustituir el tren por un autobús de enlace con las estaciones ferroviarias fuera del tramo maltrecho y necesiten más tiempo para recorrer el mismo trayecto. Los viajeros se ahorran el precio del billete, ocasionando unas pérdidas millonarias.

Miriam Ballesta trabaja desde hace cuatro años y medio en la cafetería del Espai Mallorca, situada en el céntrico barrio del Raval, cerca de las Ramblas de las Flores. Miriam vive en Gavà, una población ubicada a 15 kilómetros de Barcelona y a 10 del aeropuerto del Prat. «Tengo que salir de casa ahora a las 7 y media de la mañana y cojo un autobús hasta la estación de Renfe», aclara. La diferencia es que ahora no toma un tren, sino que «entro en otro bus que hay en la estación hasta que se llena y parte dirección a la plaza de España». Antes de la avería, en pocos minutos se llegaba en tren a la estación de paseo de Gracia y desde ahí Míriam paseaba hasta el Espai Mallorca. «El bus me deja en la plaza de España y tengo que tomar la línea Verde del Metro hasta la parada del Liceu», explica. Si nada en este nuevo plan se interrumpe, llega poco antes de las nueve al Espai Mallorca, después de dos horas de trayecto, lo que significa «levantarse más de media hora antes para llegar a la misma hora».

El retraso en las comunicaciones ha obligado a mucha gente que cogía el transporte público a tomar el coche para llegar a Barcelona. En las últimas jornadas, las retenciones de vehículos en los accesos desde la comarca del Baix Llobregat han llegado a nueve kilómetros en la C32. «En los días normales el autobús va por una carretera secundaria y policías fuerzan a que tenga prioridad sobre los coches», relata Míriam, que recuerda «la catástrofe de los primeros días, en los que se tardaba más de dos horas para recorrer 25 kilómetros y hubo algún retraso de 75 minutos en los autobuses». De hecho, como Míriam debe dejar a su hijo de cinco años en la escuela, «me veo obligada a acudir al trabajo en coche, con mi marido, y como por la tarde es imposible llegar pronto a recogerle, pues cojo este sistema de autocares». En una situación parecida se encuentra la mallorquina Nuria García, una joven abogada que se compró un apartamento en el centro de Barcelona y que está «indignada porque siempre he confiado en el transporte público pero tengo que ir tres o cuatro veces por semana a Sitges y me veo con la necesidad de coger el coche y soportar los embotellamientos». Nuria destaca que «al regresar hace dos semanas de Valencia en el Euromed, el tren se paró en Tarragona y ahí tuve que coger un autobús hasta Barcelona, sin que el precio del billete disminuyera, y eso que tenía preferente».

Al acompañar a Míriam una tarde, desde el Espai Mallorca hasta Gavà, nos damos cuenta que el autocar rodea la montaña de Montjuïc desde la que se divisa una espléndida vista del perímetro de Barcelona, en una vuelta necesaria para evitar los atascos que habría en línea recta. Al llegar a la plaza de España, un ejército de guías vestidos con un peto identificativo de color amarillo, preguntan a los pasajeros por su destino. Cada lugar tiene asignado una serie de autocares que parten una vez se llenan con pasajeros. En el tramo que sucede en la autovía se adivinan vallas publicitarias con el logotipo de Renfe, paradójicamente dispuestas en la carretera, lejos del contexto natural de las vías de trenes.

«No tiene sentido que pase todo esto cuando el AVE moviliza a unas 150.000 personas al año mientras que Cercanías supone unas 28.000 personas cada día, sólo en esta línea y sin contar las de Tarragona», se queja Míriam.