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Pensaban, esos burócratas de Nueva York, que podrían dominar a los dimonis y xeremiers de Mallorca. Lo intentaron y, al principio, consiguieron una victoria parcial en Central Park. Les hurtaron quince minutos de actuación y consiguieron que los mallorquines se esforzaran para autoconvencerse de que «todo ha ido muy bien», y que «estamos muy satisfechos», cuando apenas les habían demostrado de lo que son capaces. Como prueba del desánimo que les embargaba, las palabras de Antoni Torrens: «El próximo viaje lo tendríamos que hacer a Sicilia», para curarse del empacho reglamentario y burocrático de Nueva York.

Pensaban, esos burócratas de Nueva York, que todo iba a quedar así. Pues, no. Inmediatamente después de haber terminado el festival, a las siete de la tarde, la una de la madrugada en Palma, los dimonis d'Albopàs y los xeremiers dieron rienda suelta a su disciplinada anarquía y pusieron las cosas en su lugar, demostrando al público y a los «guardianes del orden» por qué habían emprendido tan largo viaje. Fuera de programa, empezó la improvisada y real actuación de los dimonis y su corte. Los sorprendidos espectadores se dejaron tentar y se unieron a la fiesta, mientras los guardianes del parque impedían que más gente, entre esta Sebastià Serra (IEB), se pudiera unir al jolgorio. Entonces sí que la expedición mallorquina expresó su sincera y real satisfacción, a pesar que desde las once de la mañana estaban confinados para actuar a las 15.00 horas. Las autoridades mallorquinas se mantuvieron en un segundo plano. El conseller de Turisme, Francesc Buils, llegó a Nueva York con el tiempo justo para participar en el ensayo del sábado. El alcalde de sa Pobla, Joan Comas, se hizo la foto con el grupo y bailó con Buils, obligado por los dimonis poblers, aunque invirtió mucho más tiempo intentando entender el significado de las obras del MOMA y en batir el récord Guinnes de compras en las tiendas del barrio chino.

Pep Roig