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Las calles, no sólo en Palma sino también en Eivissa y Ciutadella, han sido, en el transcurso de las últimas semanas, escenario de diversos enfrentamientos entre pandillas, una situación que, sin querer crear ningún tipo de alarmismo injustificado, está causando la lógica preocupación entre los vecinos. Tanto desde la Delegación del Gobierno como desde el Ajuntament se asegura que los incidentes son aislados y que, en ningún caso, responden a un conflicto en el que participen bandas organizadas, tal y como ocurre en otros puntos del país.

Con todo, lo cierto es que el enfrentamiento entre bandas juveniles se está conviertiendo en un punto «caliente» dentro del mapa de la conflictividad ciudadana que, ahora, afecta a Palma en mayor medida pero que, en el futuro, puede extenderse a cualquier otra ciudad de las Balears. Es, por tanto, preciso arbitrar medidas que contemplen dos vías para atajar el problema.

En primer lugar, y de manera prioritaria, es imprescindible incrementar la vigilancia policial; la calle no puede convertirse en el escenario de batallas campales en las que los jóvenes se enzarzen en peleas que pueden acabar de un modo trágico. El otro punto en el que es imprescindible incidir corresponde al de la raíz del conflicto, trabajar en la prevención.

Inmigración, desarraigo, paro, alcohol... son elementos que se acaban convirtiendo en determinantes en el estallido violento de los jóvenes y no hay que olvidar que en varios países latinos, sobre todo centroamericanos, las pandillas callejeras son un fenómeno social extendido. El problema, aquí, es social y compromete de un modo muy directo a la labor de la Administración en su conjunto. Es mejor atajar el problema cuanto antes porque será tarde y difícil actuar cuando las pandillas respondan a planteamientos organizados.