TW
0

PEP ROIG
Desde la costa de Sant Telm se divisa en toda su dimensión longitudinal la isla de sa Dragonera, de punta a punta, coronados ambos extremos por sus respectivos faros, de Tramontana y Llebeig, guías y punto de referencia para navegantes, construidos después de la demostrada inutilidad del faro de na Popia situado en el punto más alto y casi siempre cubierto por una particular nube que lo hace invisible. Alguna torre más antigua, un aljibe a medio construir y poco o nada más construido por la mano del hombre se divisa desde la orilla de la isla mayor, desde donde no se ve la casa depagès, situada muy cerca del recóndito y minúsculo puerto. Todo lo demás es tierra virgen, cubierta por vegetación mediterránea y lo que queda del pinar, que en épocas anteriores debió ser frondoso.

Quien observe la isla con detenimiento, y una pizca de imaginación, verá en ella la silueta de un dragón en tranquilo reposo, protegido por el foso marino de aguas que las profundidades pintan de azules infinitos. Un atractivo paisajístico de singular belleza, que pudo dejar de serlo, por un plan empresarial que pretendía urbanizar sa Dragonera y que, paradójicamente, fue el acicate para la movilización de cientos de personas hasta lograr impedir el desaguisado. El 7 del 7 del 77 fue el día «D», con la ocupación pacífica de la isla por parte de los jóvenes libertarios de Terra i Llibertat, con sede en el bar «Talaiot Corcat», hoy hace 30 años. No estuvieron solos, pues al ser publicada la noticia se produjo un efecto llamada al que respondieron gentes de todas partes, de toda edad y condición. Por las fechas tan próximas al régimen franquista, esa acción ecologista hizo temer una reacción contundente por parte de las fuerzas del orden. No sucedió nada de eso, pues cuando, al día siguiente de la «toma» la Guardia Civil desembarcó en sa Dragonera «para investigar el caso», el capitán de la Benemérita dejó constancia «de la neutralidad del Cuerpo en este asunto». Tampoco tuvo consecuencias la visita que hizo a la isla ocupada el subsecretario del Medio Ambiente, del Gobierno de Adolfo Suárez, el mismo día que el escritor Baltasar Porcel declaraba su preocupación por el plan urbanístico «que destruirá completamente sa Dragonera», y anunciaba que había transmitido un telegrama de protesta al ministro Martín Villa. El 18 de julio, la mayor parte de los ocupantes abandonó la isla, para poder dedicarse a tareas de propaganda y concienciación. Uno de sus primeros éxitos políticos fue conseguir que el entonces presidente de la Diputación, Gabriel Sampol, estampara su firma en contra de la urbanización. Prosiguieron las manifestaciones en Palma, y el 20 del mismo mes se produjo una carga policial en la plaza de Cort, que se saldó con un herido leve. Nueve días después, la diputación celebró un pleno en el que por primera vez un organismo oficial solicitó un estudio para sopesar las posibilidades de la creación de un parque natural en sa Dragonera.