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Por ese imperativo que hace que los acontecimientos sean recordados en períodos establecidos en lustros, décadas o centenarios, hoy corresponde proseguir con esa cruzada incruenta que intenta que no se borre de la memoria aquella gesta que finalmente evitó que la isla de sa Dragonera fuera urbanizada. Aquel 7 del 7 del 77 debería figurar en el calendario en festiva casilla roja, pues bien merece ser celebrada esa fecha como una de las más importantes para la preservación del territorio en nuestra Comunidad Autónoma. Aquel día, un grupo de «excursionistas» alquiló los servicios de una golondrina. Una vez producido el desembarco en la tierra de los dragones, el asombrado patrón del barco recibió la orden de que su cometido había concluido, porque en ese preciso instante empezaba a cambiar la historia. Aquella era una época incierta, pues no habían pasado dos años de la muerte de Franco y el corazón de su régimen dictatorial todavía seguía latiendo. No hacía mucho tiempo desde que Carlos de Meer fuera destituido del cargo de gobernador civil de la provincia, y relevado por el demócrata Ramiro Pérez Maura. Tal vez esa circunstancia propició el éxito de la operación de Terra i Llibertat, después secundada por espontáneos que llegaban de todas partes. Al día siguiente del desembarco, la Guardia Civil hacía lo propio, pero sólo en cumplimiento de su misión informativa, y declarando su neutralidad. Desde la adormilada sociedad civil se miraba con asombro la acción ecologista. Se dudaba de que fuera posible conseguir algo, acostumbrados a que todo estuviera «atado y bien atado», y de que el poder económico tuviera una férrea alianza con el político, y también con el militar. Pero los tiempos, y los modos, estaban cambiando en España, a pesar de que todavía quedaban reservadas sorpresas como el fracasado golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.