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Abolida ya hace décadas en Italia la pena de muerte, se mantiene no obstante la de cadena perpetua. Un castigo sobre el que se ha venido discutiendo desde antiguo al considerarlo algunos aún más cruel que la misma pena capital. Y no faltan razones para ello. Ahora, un grupo de presos del país alpino condenados a la cárcel de por vida han traído a la modernidad este viejo asunto polémico desde el principio. En Italia existen hoy 1.294 personas condenadas a cadena perpetua, y resulta que 310 de ellas han dirigido una carta al presidente de la República, Giorgio Napolitano, suplicando que su pena se cambie por la de muerte. Aducen en su escrito que el castigo a que están sometidas es más fuerte que la propia muerte, recurriendo a argumentos que no pueden dejar de estremecer la conciencia de todo aquel que sea mínimamente sensible. Hartos de morir un poco cada día, esos presos piden morir de una vez. Enfrentados a una situación sin futuro, ven en dramática paradoja a la muerte como la más aceptable de las soluciones. Al aproximarnos a la cuestión, tal vez lo primero que deberíamos hacer es recordar a un Montesquieu que no dudó al afirmar que toda pena que no se deriva de la absoluta necesidad, es tiránica. Y la de cadena perpetua no es una pena necesaria, ni útil, como también estableció Cesare Beccaria refiriéndose en su caso a la de muerte. Superados por fortuna los tiempos de los suplicios absurdos, se viene entendiendo en las modernas sociedades que el objetivo de la reclusión de un ser humano es la futura integración del penado tras haber cumplido su pena y, más idealmente, comprendido el error del comportamiento que le llevó a la cárcel. Supuesto que, obviamente, no se da en el caso de una reclusión de por vida, sin esperanza alguna. Cualquier castigo se ideó para el bien de la sociedad, no para auspiciar el encarnizamiento de la Justicia. Sería pues deseable que el Parlamento italiano, que en breve discutirá la posibilidad de abolir la prisión de por vida sustituyéndola por una condena que tenga plazo de cumplimiento, como ocurre en otros países, considerara que es ya hora de acabar con una pena, insistimos, tan inútil como innecesaria.