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Francia comienza una nueva era. La de Sarkozy. Hijo de un emigrante húngaro y casado en segundas nupcias con una española -nieta del música Isaac Albéniz-, 'Sarko' debe saber bien lo que se siente siendo extranjero y francés a partes iguales. Por eso tendrá que hacer frente, entre otros, a problemas como el que le supone acoger en territorio galo a miles de familias de inmigrantes con graves problemas de adaptación e integración. Pero ayer era su primer día como nuevo presidente de la República francesa y no estaba para problemas. Al contrario, quiso transmitir el mensaje de que su país es fuerte y va a serlo todavía más. Para demostrarlo, sin perder un momento, voló a Berlín para entrevistarse con su amiga Angela Merkel, presidenta de turno de la Unión Europea, con quien piensa dar un empujón definitivo a la «paralizada» Europa unida, cuya Constitución ha nacido con pocas esperanzas de vida.

La moral, la autoridad, el orden y la identidad nacional forman parte del ideario Sarkozy, quien no tiene complejos en reivindicar su condición de político de derechas, aunque piensa incluir nombres de izquierdas y de centro en su equipo de gobierno, que pretende reducido, activo y plural.

Pues nada, desde estas líneas hay que desearle la misma suerte que su entusiasmo demuestra, porque Francia es un gran país, qué duda cabe, donde también hay problemas. Él lo sabe y la misma noche en que las urnas pronunciaron a gritos su nombre, algunas calles de París empezaban a arder.

Es la respuesta de un sector de la población descontento. Si como ministro de Interior la firmeza y la fuerza fueron sus respuestas contra los alborotadores, habrá que esperar una actitud parecida durante su mandato de cinco años. Los resultados los veremos según vaya pasando el tiempo.