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Pedro Prieto (Miami)
Cada semana, desde que Pablo Ibar está en el corredor de la muerte, Tania, su mujer, se sube al coche y recorre los 600 kilómetros que separan su casa, en Miami, de la prisión de Starke, en Jacksonville, al norte del estado de Florida. Cada semana, haga frío o calor, llueva o nieve. Y así piensa seguir hasta que la causa se solvente. Que no será fácil, pues sobre Pablo recae una pena de muerte, según él y toda su familia así como círculo de amigos, injusta, «puesto que Pablo -asegura su suegra, Alvin- nunca pudo cometer eso, pues esa noche estuvo en mi casa, con Tania. Lo que sucede es que el abogado hizo las cosas muy mal, y ahora no nos queda más remedio que rectificar aquel error a base de pleitos y recursos».

Nos encontramos con Tania, Alvin Quiñones, su madre, y su cuñado Michael, hermano de Pablo, en el hotel Riu Florida Miami, donde me hospedo. Han robado unas horas a los preparativos de la boda de la hermana de Tania, que tendrá lugar dos días después.

«Es menos complicado que nos veamos en tu hotel -nos había dicho Tania horas antes- a que vengas a casa, ya que vivimos en las afueras de Miami. La pelota, como decimos, está en el tejado de Pablo, de ahí que seamos nosotros lo que tengamos que jugarla. Como ha dicho mi madre, el abogado que defendió a Pablo en el juicio en que le condenaron al corredor hizo las cosas muy mal. Ahora tenemos que demostrar que se equivocó y que Pablo es inocente para que el juicio se vuelva a resolver.