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La situación por la que atraviesa el proceso de paz del País Vasco es muy delicada después de que unos encapuchados pretendieran quemar vivos a dos policías locales en Bilbao en la noche del viernes. A esto hay que añadir las palabras de Arnaldo Otegi en la multitudinaria manifestación del sábado reclamando la independencia, al final de la que el líder abertzale afirmaba que «la pelota está en el tejado de los partidos políticos de Euskal Herria y del Gobierno español».

El Ejecutivo respondía, primero por boca de la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, que mientras haya violencia no se avanzará en el proceso. Luego el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, desde Turquía, donde se encuentra de viaje oficial, afirmaba que mientras exista violencia (incluyendo la kale borroka) el proceso no avanzará «nada de nada» y fijaba los pasos que deben darse.

Es cierto que la ausencia de asesinatos en los tres últimos años hace albergar esperanzas de que una lacra que ha marcado a la sociedad durante décadas desaparezca. Pero también es verdad que cabe esperar de la izquierda radical vasca que se mueva de sus posicionamientos, condene la violencia y se ajuste a la legalidad vigente. Son los pasos imprescindibles para construir con solidez una convivencia pacífica.

En ningún caso es aceptable el chantaje y, por eso, sonó a bravuconada extemporánea cuando Otegi se comprometió a acabar con la violencia callejera yendo de pueblo en pueblo si se desactivaban los mecanismos policiales y judiciales. Ese no es precisamente el camino, sino todo lo contrario. E hizo bien el presidente del Gobierno ayer fijando claramente su posición para que la vía emprendida conduzca a buen puerto.