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Ha pasado ya un mes desde que Francia, Rusia, Alemania, Reino Unido, Estados Unidos y China presentaron un paquete de incentivos a Irán para convencerle de que detuviera el enriquecimiento de uranio, imprescindible para hacerse con armas nucleares. La respuesta de Irán era de esperar. En el plazo de un mes tan sólo se ha dejado querer por unas potencias que no han podido reducir lo más mínimo las actividades iraníes que tanto preocupan a Occidente.

Irán escuchó, pero no ha ofrecido ninguna indicación sobre su disposición a discutir en serio el contenido de la oferta presentada el pasado mes de junio. En principio, no está dispuesta a cooperar porque no quiere aceptar, por el momento, ninguna de las condiciones impuestas desde Europa. Ya lo ha dicho bien claro el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad: su país no renunciará a su derecho a acceder a la tecnología nuclear con fines pacíficos.

Todo sigue como hace dos meses, a pesar de los intentos de las seis potencias y de la UE de frenar el enriquecimiento de uranio. Ahora la pelota vuelve a estar en el tejado del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, organismo que puede castigar la poca disponibilidad para la negociación de Teherán con duras sanciones.

Mucho tienen que cambiar las cosas para que Irán acepte alguna de las exigencias de la comunidad internacional. Por el momento, el presidente iraní continúa dando largas a la negociación con la excusa de que no está listo para cooperar. Habrá que esperar el efecto que produce las primeras sanciones (si llegan) en un país que ya anunció de antemano que no soportaría ninguna amenaza o presión internacional.