TW
0

El rostro de un niño es muy expresivo y refleja claramente lo que pasa por su interior en cada instante. Sin duda, Dimitri Orlov está viviendo unos de los momentos más felices de su vida gracias al programa de acogida de la ONG Infants del Món. Él es uno de los 38 niños rusos huérfanos, concretamente de Murmansk, que llegaron el pasado 29 de junio para pasar un mes en la Isla. Dimitri tiene nueve años aunque, debido a su pequeño cuerpo y a su inocente mirada, aparenta mucha menos edad. Nació con una importante disfunción de oído y una lesión de corazón y además sólo tiene un riñón. Pero lejos de amedentrarse por esta situación, es un niño «muy vivaracho y abierto», tal y como especifica su expediente y que también constatan sus padres de acogida.

El matrimonio formado por Juan Carlos Mendoza y Leonor Bonnín decidieron acoger a este pequeño aconsejados por la logopeda que trata a su hija mayor, Mireia, de 12 años, que también tiene un problema auditivo. De esta forma, al conocer esta carencia física, les sería más fácil relacionarse con Dimitri.
Según ellos, la experiencia es fantástica, ya que el niño se ha adaptado perfectamente a su familia de acogida y sobre todo a sus hermanos, que lo han recibido como a uno más. Ramón, el mediano de los hermanos, ha sido quien más se ha volcado con él ya que comparten habitación e incluso juegos. Por su parte, la pequeña Laia, de 20 meses, es quien más recibe las muestras de cariño de Dimitri.

Toda la familia coincide en señalar que es muy cariñoso, aunque evita el contacto físico con las personas que no conoce. A pesar de ser un niño muy abierto, en ocasiones le gusta estar solo y se encierra en sí mismo. Debido a su problema auditivo, Dimitri no mantiene una comunicación dialogada pero, según Leonor, se comunican «con sentido común». Además, aseguran que es un niños con mucha destreza, habilidad e inteligencia. Basta decir que cuando llegó no sabía nadar y ahora se mueve como pez en el agua o que los mandos del televisor e incluso los móviles ya no se le resisten. El 27 de julio regresará a su tierra natal, una zona muy afectada por la climatología y la radiación. La despedida será difícil, sobre todo porque la familia Mendoza-Bonnín no sabe cuándo lo volverá a ver. Además, han tenido que firmar un contrato, como el resto de las familias que acogen a uno de estos niños rusos, que certifica que no pueden adoptarlos. Hasta que llegue ese último día, el pequeño está disfrutando de las calurosas temperaturas, la piscina y los juegos, aspectos de nuestra vida cotidiana a los que no está acostumbrado. Cada día, cada hora, cada minuto... es una nueva emoción para Dimitri. Tiene unos ojos cristalinos e inmensos, una piel blanca que nos transporta al paisaje gélido de su país y una sonrisa contagiosa. Y es que, tal y como explica su madre de acogida, «es un niño que marca», un niño al que es difícil de olvidar.

Samantha Coquillat