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El asunto de la inmigración, con toda su carga dramática y, en ocasiones como la de ayer trágica, sigue siendo uno de los problemas que más debiera preocupar no ya sólo al Gobierno de España, sino a la Unión Europea, que debe incrementar aún más sus esfuerzos para que las raíces del problema se atajen en los lugares de origen.

El Plan Àfrica, puesto en marcha por el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero, ha supuesto un avance significativo, pero no es la panacea universal ni puede por sí solo ser determinante.

La vigilancia de los patrulleros y de los helicópteros en las costas africanas funcionan, ciertamente, como un elemento disuasorio. Pero cuando las cosas se calman en Canarias, vuelve a surgir otro intento de salto de la valla en Melilla y se producen dos nuevas muertes.

El drama de quienes buscan un mejor futuro más allá de sus fronteras jugándose la vida y, en ocasiones, perdiéndola en el camino, no se arregla poniéndole puertas al campo, ni sólo mediante expulsiones. Es preciso que los países de origen de los inmigrantes se impliquen en la aplicación de soluciones, contando, naturalmente, con la colaboración de los países desarrollados.

Es imprescindible encauzar la ayuda internacional de tal modo que sea posible una vida mejor y un mayor estado de bienestar en toda la zona subsahariana. Mientras no se den pasos significativos en esa dirección cualquier medida será sólo parcial y no supondrá más que un parche.

Y, evidentemente, Marruecos debe mantener el espíritu de colaboración con el Gobierno de Madrid que llevó a solventar la primera de las crisis de las vallas de las ciudades autónomas españolas.