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Hay una vieja máxima que dice que la confianza es como un jarrón delicado, que si se rompe se puede pegar, pero siempre se verán las cicatrices. Y así es, en efecto. Por eso era importante la reunión de ayer entre el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y el líder de la oposición, Mariano Rajoy, para tratar cara a cara los detalles de la situación creada tras la declaración de alto el fuego etarra. Era un encuentro esperado, en el que muchos habían puesto esperanzas y que, al parecer, no defraudó. Mariano Rajoy entró en La Moncloa con muchas reticencias, aunque su discurso se había atenuado de forma más que notable en las horas previas. Después del encuentro, salió con otro «talante», más conciliador, quizá más cercano a la confianza. Un gesto que le honra, porque millones de españoles que votan al Partido Popular saben que ésta es una oportunidad para la paz y creen necesario que el primer partido de la oposición ofrezca su apoyo al Gobierno para poner en marcha este proceso.

Se presenta así, además, ante Rajoy la posibilidad de demostrar una valía política de la que ya ha hecho gala en otras ocasiones. Y, si quisiera, de conquistar ese centro político del que tanto hablan los conservadores y del que se habían alejado desde el segundo mandato de José María Aznar.

Al final, la reunión, que duró dos horas y media, sirvió para que Rajoy conociera de primera mano cómo están las cosas, una información confidencial que seguramente no trascenderá. A los ciudadanos, dando por hecho que la discreción es en estas horas crucial, sólo nos interesa que Zapatero y Rajoy estén juntos en esto. La unidad es fundamental para afrontar un proceso tan extremadamente complejo como éste.