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Ojalá este 22 de marzo pase a la historia de este país como el día en que empezó la paz. No sin cautela -por desgracia, ETA nos ha acostumbrado a mantenernos siempre en vilo-, el comunicado de la banda terrorista anunciando un alto el fuego permanente debe llenarnos de alegría y de esperanza. Son cuarenta años de terror, de crímenes, de extorsión, de desesperanza y de muerte. Cuatro décadas que no pueden prolongarse por más tiempo en un siglo XXI en el que en Europa no hay sitio para el terrorismo. Que habrá un coste está más que claro, pero nadie sabe cuál será, porque de momento los violentos han planteado en su comunicación los mismos asuntos de siempre: el derecho de autodeterminación -sin usar la palabra, lo que algunos interpretan como un gesto positivo- y la implicación de los gobiernos de España y Francia, lo que complica las cosas sobremanera.

Pero aún es pronto para eso. Como se ha dicho, éste es sólo un primer paso, ilusionante, que determina el comienzo de un proceso que será largo y difícil. Ahora es el momento de exigir a nuestros políticos la altura humana que se les presupone. Que dejen de lado las puyas, las suposiciones y, sobre todo, la eterna lucha sin cuartel por un puñado de votos. Aquí los españoles nos jugamos mucho más que eso. Está en juego el futuro, la convivencia y, quizá, un nuevo diseño de país que pueda garantizar una paz firme y duradera para las generaciones venideras. Los ciudadanos lo merecemos y las víctimas, también.

Hoy tenemos que hablar de alegría y de esperanza. Con el corazón en la mano, es el momento de dar ese primer paso valiente para iniciar un camino de final incierto. Que no nos falte ni el valor ni la esperanza para andarlo.