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Es quizás una de las cuevas más desconocidas de la Isla, pero lo cierto es que en su interior guarda un encanto especial y distinto a otras grutas. La Coves de Gènova están de celebración ya que se cumplen 100 años de su descubrimiento, en 1906. Su descubrimiento fue accidental, puesto que el propietario de la finca, Gabriel Juan Salvà, contrató a unos obreros para que le hicieran una cisterna. Durante las excavaciones, éstos encontraron un espectacular fenómeno natural que con el tiempo se convertiría en un reclamo turístico. Posteriormente heredó las cuevas el hijo del descubridor, Gabriel Juan Jaume, quien en 1910 exploró diversas salas realizando algunos senderos para un cómodo recorrido por su interior. En aquella época eran mostradas, con luces de carburo, sólo a las amistades y a los conocidos. En 1932, el propietario las alquiló a la directora escenegráfica rusa Natascha Rammbova, segunda mujer de Rodolfo Valentino, quien emprendió la instalación de la iluminación eléctrica y la construcción de diversos caminos. A raíz de la Guerra Civil, Natascha abandonó el país y las cuevas pasaron a manos del nieto de su descubridor, Gabriel Juan Vicens.

En 1939 se realizó el definitivo acondicionamiento de cara a la explotación turística y seis años más tarde comienzan las visitas turísticas. Hace 15 años, las cuevas fueron adquiridas por Joan Arboix, el actual dueño. No existen criterios claros que permitan la datación exacta de esta cueva, pero ciertas características permiten situar su origen en hace tres millones de años. Lo curioso es que la cueva no ha concluido su evolución. Las gotas en las puntas de las estalactitas evidencian la dinámica actual. Estas crecen un centímetro cada 90 años, siempre y cuando tengan la gota de agua en suspensión. Si esto no sucede, es decir cuando el agua baja demasiado rápido, produce una pequeña erosión en el suelo.

En el interior de la cueva, se aprecian tres colores bien diferenciados: el negro, producido por la filtración del hierro; el marrón, del cobre, y el blanco, del calcio. Gracias a estos colores y a las tonalidades que ofrecen dependiendo del juego de luces que las alumbra, un ambiente mágico se apodera de este habitáculo. La temperatura es de 20 grados tanto en invierno como en verano, y la humedad es del 98 por ciento en invierno y bastante menos en el estío. El recinto, de unos 350 metros, está compuesto por distintas salas. La mayor profundidad de la cueva es de 36 metros.

Samantha Coquillat