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Desde hace algunos años la presencia de enfermedades animales que acaban transmitiéndose al ser humano ha sido una constante y en todos los casos ha causado alarma y hasta pánico. Primero fue el sida, que sufrían los chimpancés en Àfrica y ha terminado por modificar para siempre nuestros hábitos sexuales y de higiene. Luego fueron las 'vacas locas', que trajeron a nuestros hogares y supermercados la desconfianza y la aprensión. La 'lengua azul', que afectó a las ovejas, también nos alarmó, aunque menos. Ahora llega la gripe aviar, una infección vírica que en principio sólo afecta a las aves, pero que se ha cobrado unas cuantas vidas humanas en países subdesarrollados.

De ahí la alarma desatada, que, aunque comprensible en cierto modo, hay que evitar. Primero porque estamos en un país moderno en el que la crianza y el sacrificio de cualquier animal se realiza con las máximas medidas de seguridad alimentaria. Segundo, porque nuestras autoridades, alertadas desde hace meses, han puesto en marcha todas las medidas necesarias para detectar un posible caso de gripe aviar y, naturalmente, aislarlo y combatirlo de forma que nunca pueda transmitirse al ser humano.

Por lo demás, nunca sobran las medidas cautelares, la precaución y la higiene, pero sin caer en la paranoia y en el absurdo de matar a nuestras aves «por si acaso». Pensemos que, hasta ahora, las portadoras del virus son aves migratorias que ningún contacto tienen con nuestras aves de corral, industriales y mucho menos domésticas.

En esta situación, como siempre, hay que pedir a todos un poco de seny y mucha cautela. Todas las alarmas están conectadas y, en caso de encenderse, las autoridades sabrán reaccionar y recomendarnos cómo actuar.