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Bolivia es uno de los países latinoamericanos donde más se palpa la injusticia social, donde las regiones que gozan de yacimientos de gas y petróleo reivindican cierto grado de autonomía para seguir disfrutando de su riqueza natural, mientras zonas y sectores amplísimos de la sociedad, como los indígenas, se han visto privados de derechos tan elementales como la toma de decisiones políticas, por no hablar de los déficits en sanidad, educación y servicios. Ahora todo ello puede cambiar, tras la elección por mayoría absoluta del líder aymara Evo Morales como próximo presidente del Gobierno de este complicado país andino. No lo tendrá fácil Morales para lidiar este toro, que acoge una de las grandes producciones de cocaína del planeta, para cuya erradicación cuenta con generosas ayudas norteamericanas. Pero a Evo no le gusta demasiado la política internacional de Estados Unidos y ya ha proclamado a los cuatro vientos su amistad con líderes como Fidel Castro y Hugo Chávez, verdaderos quebraderos de cabeza para George Bush, y por ese camino pueden surgir desafíos importantes. De cualquier forma, Morales tiene ante sí una enorme responsabilidad y una preciosa oportunidad, la de arrancar a la población boliviana de la pobreza. Ésa será su prioridad y ya ha anunciado impuestos para gravar el patrimonio o los ingresos, sólo para los que más tienen. No está mal para empezar en una nación donde las desigualdades son brutales. Sin embargo, la composición del Parlamento le pondrá trabas sin duda, pues a pesar de su mayoría absoluta para emprender esa «revolución» silenciosa que anhela el líder indígena, el Senado está en manos de otras fuerzas políticas poco proclives a sus aspiraciones. Al final, lo que esperamos es que la democracia, la igualdad y las libertades alcancen a todos los bolivianos.