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La prostitución ha provocado siempre un animado debate desde muchos puntos de vista y nunca se alcanza un acuerdo unánime que permita delimitar la dimensión del problema. Hay, en efecto, elementos variables en esta actividad: económicos, de explotación, morales, sanitarios, de convivencia... de ahí que todos los agentes implicados vean con distintos ojos lo que se considera el «oficio más antiguo del mundo».

Ahora se ha conocido una sentencia que condena a una prostituta callejera a una multa simbólica por empecinarse en captar clientes en plena calle en el municipio de Calvià. Una decisión judicial que quizá consiga que las calles de esta localidad se vayan «limpiando» de la presencia de esta actividad que empeora la imagen del municipio y que resulta molesta para los vecinos.

Sin embargo, el problema va más allá. Porque detrás de la prostitución no están únicamente una mujer que ofrece su cuerpo y un hombre que lo compra por unas horas. Por desgracia, hay mucho más. Hay redes criminales que trafican con seres humanos, hay degradación, hay explotación, hay sexismo y violencia, hay drogas y enfermedades y hay, muchas veces, un submundo de marginalidad al que pocos querrían asomarse.

Por eso multar a una mujer por utilizar la calle es nada más un gesto que seguramente contentará a los vecinos y significará solamente una anécdota para esta prostituta, pero arreglará pocas cosas, porque el problema se trasladará a otra zona más tranquila. Quizá lo que habría que hacer es afrontar el asunto desde una perspectiva general, global, que contemple todas las implicaciones y sus consecuencias y que permita que todas aquellas mujeres que no ejercen la prostitución libremente puedan acceder a otra clase de vida.