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NEUS CANYELLES
La oficina de escolarización es un lugar inhóspito. Ni siquiera las fotografías de flores de las paredes consiguen mejorar su aspecto. Nunca he visto a nadie salir contento de allí. Nadie sonríe; todos están muy enfadados. Los padres entran preocupados, que es lo mínimo que se puede estar cuando se dan cuenta de que no pueden escoger ni el colegio en el que estudiarán sus hijos. Pero al salir aún es peor. Normalmente les dan plaza en un colegio muy lejano o que no les gusta. Cómo salir sonriendo de allí... Yo misma estuve sentada hace unos años en esas sillas blancas, mirando fijamente a la funcionaria que me decía: «Concertado no hay nada.

En fin. Estuve el otro día de nuevo en la oficina de escolarización. Me senté en una silla blanca, miré con estupor las fotos de las amapolas y los lirios, que siguen colgadas en las frías paredes y a las que nadie hace ningún caso. También estaba el plano de la ciudad, con sus tres zonas bien diferenciadas. La rosa, la azul y la amarilla. Tonterías. Todos conocemos a gente que vive en la zona C, o incluso en ninguna de las tres zonas, y lleva a sus hijos a la zona A, por ejemplo. Me senté a escuchar.

Si acaso público». Parecía muy enfadada, desde luego. Y nunca he podido olvidar su cara. Para muchos -no me referiré a los que consiguen plaza a la primera, algo que constituye todo un misterio en algunos casos- la pesadilla de escolarizar a un hijo empieza el mismo día de su nacimiento. Un vecino me dijo un día: «No me podía imaginar que el día que nació ya tenía que empezar a pensar en el colegio. Por eso no nos fue bien». Claro, le respondí sin entenderlo. Pero ya lo he ido comprendiendo.

La misma señora que me habló hace cuatro años, la de la mesa tres, estaba atendiendo a una pareja de orientales. No se podían comunicar con facilidad. Todos hacían señas. Ella decía: «Es que había trece niños en la lista de espera... Delante de ustedes. No es posible». Pensé: claro, no hay nada. El padre firmó unos papeles, lo cual significa que acababan de aceptar lo que les habían adjudicado. No salieron contentos. Ni siquiera en las colas de inmigración he visto unas caras más serias.