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Antoni Nicolau es, de momento, el único mallorquín que ha dado la vuelta a mundo a vela en solitario. Participará el próximo lunes, a las 20.00 horas en el Teatre Municipal de Palma, en la mesa redonda, organizada por el Club Ultima Hora, «Els mallorquins que han fet la volta al món a vela», junto con Xisco y Toni Estarellas (padre e hijo) y Guillem Martí. Los interesados en asistir pueden recoger la invitación en el Palau de la Premsa (Passeig Mallorca 9-A) o reservarla llamando al teléfono 971 78 83 37.

-¿Qué le llevó a dar la vuelta al mundo?
-En la Primera Comunión me regalaron un globo terráqueo y desde pequeño decía que iba a darle la vuelta, aunque no me hicieran mucho caso. Empecé a navegar a los 12 años, con mi padre en la Colònia de Sant Jordi. En 1990 anuncié a la familia y a los amigos que partiría para dar la vuelta al mundo en octubre de 1995, cinco años de preparación. Un año y medio antes de esa fecha, nació mi primera hija, y algunos pensaron que iba a desistir. No salí en octubre de 1995, pero lo hice el 17 de enero de 1996, precisamente el día de Sant Antoni. Salí de la Ràpita y regresé el 24 de mayo de 1997, 16 meses de viaje, cuando normalmente se tardan dos años. Mi primera gran travesía fue bastante antes, en 1987, cuando crucé el Atlántico, con tripulación, desde Miami hasta Cartagena en el «Licor 43».

-¿Cuáles fueron las escalas?
-Gibraltar, Canarias, Caribe, Canal de Panamá, Galápagos, Marquesas, Polinesia francesa, Fidji, Vanuatu, Australia, Bali, Singapur, Thailandia, Sri Lanka, Djibouti, Egipto, Mar Rojo y Canal de Suez, Creta, Sicilia, Cerdeña y la Ràpita.

-¿Por qué en solitario?
-Para vivir el máximo de sensaciones. En solitario, el reto es más difícil y la aventura, más intensa.

-¿Cómo era el barco?
-Se llamaba «Encís», fabricado en 1980. Era un Visiers 35, de 10'5 metros de eslora, 3'35 de manga, 2 de calado y 5.500 kilos de peso. La vuelta al mundo son 26.000 millas. Antes había navegado con él 13.000 millas, la mitad. Tras la vuelta, lo vendí. Durante un temporal en Portocristo, otro barco lo embistió y destrozó. Fue una gran paradoja. Dio la vuelta al mundo y tuvo que ser destrozado en Portocristo, aquí al lado. Ahora está restaurado y lleva otro nombre.

-La pregunta no es muy original, ¿pero cuál fue el peor momento?
-En el Caribe, en un temporal yendo hacia el Canal de Panamá. El temporal duró cinco días. En los dos últimos, las olas oscilaban entre 7 y 10 metros y los vientos, entre 50 y 60 nudos. Una de las olas tumbó el barco 90 grados y así estuvo durante unos 30 segundos hasta que recuperó su posición. Entró agua, pero no se rompió nada, al menos gravemente. Eso sí, estuve esos días encerrado. No podía salir fuera si no quería que una ola me lanzase por la borda. En el interior de la nave, la humedad y el calor eran sofocantes. Dormí muy poco y comía en el suelo. Ante un temporal así, no eres nada, no puedes hacer nada. Te dejas llevar. El mar tiene el mando.

-Aquí sí añoraría una compañía.
-Sí. En esa situación, no está nada mal tener a alguien que te dé ánimos y que te ayude, física y psicológicamente. Uno solo hace el mismo trabajo, pero necesitas mucho más tiempo. Lo importante es no bloquearte mentalmente. No llegar a una situación límite. Puedes sentir angustia en un temporal, pero no miedo. El miedo te bloquea.

-No es morbo, pero ¿alguna otra situación difícil?
-Muy complicado fue perder el timón yendo a Tahití. Combinando las velas conseguí llegar, pero estuve a punto de pasar de largo. En varias ocasiones, sobre todo cerca de la costa, estuve varios días sin dormir. Y en el Mar Rojo sufrí alucinaciones. Oía voces que me llamaban. Lo atribuyo a una medicina contra la malaria, combinada con el dormir y comer poco. Casi pierdo el conocimiento.

-¿Lo mejor del viaje?
-Algunas islas del Paífico. Parece increíble actualmente, pero he estado en islas en las que no había nadie más que yo.