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Joan Carles Palos (Everest)
Desde la ventana del avión ya se empiezan a ver «los dientes incisivos, afilados del Himalaya». Cuando ya llevamos dos horas de vuelo de Bangkok a Katmandú, los ánimos se regeneran gracias a la espectacular visión del Kanchenjunga, el Makalu y la inconfundible cuña negra de la pirámide del Everest. Dicho de otra manera, el vuelo 319 de la Thai Air está a punto de situarnos en los pies de la gran aventura. La expedición «Mallorca a dalt de tot. Everest 2005» acaba de aterrizar en Katmandú, primera etapa del viaje que tiene su hito final en el techo del mundo.

Atrás quedan las más de 24 horas de avión que ha necesitado el grupo integrado por José María Àlvarez Rodríguez de la Flor «Jopela», Tolo Quetglas, Joan Olivieri «Oli» y Tolo Calafat para llegar a la capital del Nepal, toda una red de conexiones aéreas que empezaron el jueves a las seis y media de la mañana en Palma y que cerraron ayer a las doce y media hora local en el aeropuerto nepalí. A parte del cansancio propio de un día entero de vuelo, los expedicionarios mantienen viva la ilusión que los ha llevado hasta esta región para realizar la aventura más grande del alpinismo isleño.

Pero antes de iniciar la marcha desde Lukla hacia el campamento base (5.300 m.) a través del valle de Khumbu, y desde allí atacar los 3.600 metros de desnivel hasta la cima del Everest, los alpinistas tendrán que resolver algunos temas de intendencia, provisión de material y permisos. Durante dos o tres días, el grupo permanecerá en Katmandú. Esta populosa ciudad de unos 700.000 habitantes y deliciosamente caótica se encontraba hasta hace poco tiempo sometida a un estado de sitio a raíz del golpe de Estado del rey Nyamendra, que supuso el encarcelamiento de todo el gabinete ministerial.