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La comparecencia del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ante la comisión parlamentaria que investiga los atentados del 11-M ha servido para constatar, una vez más, la profunda politización que, de forma vergonzante, han hecho todas y cada una de las fuerzas políticas de unos hechos que segaron 192 vidas y alteraron para siempre la vida de miles de personas. La sesión de ayer, como ya sucediera durante la comparecencia de Aznar, registró momentos de alta tensión entre los dos partidos mayoritarios. Rodríguez Zapatero afirmó que el Ejecutivo anterior mintió al empecinarse en seguir atribuyendo a ETA la autoría de la masacre, algo que, presumiblemente, le «beneficiaría» electoralmente. Por su parte, el portavoz popular, Eduardo Zaplana, echaba en cara al presidente el hecho de que no condenara, en su momento, las manifestaciones que tuvieron lugar el 13 de marzo, lo que habría reportado «beneficios» electorales al PSOE.

Frente a esta batalla partidista, lo que realmente importa a los ciudadanos es tener la seguridad de que se atenderá debidamente a todas y cada una de las víctimas y de que semejantes hechos no volverán a producirse o, por lo menos, que se adoptarán las medidas pertinentes para evitarlo. En este sentido, Rodríguez Zapatero apuntó algunas de las medidas que aprobará el Gobierno para poder luchar de forma más eficaz contra el terrorismo islamista. Sin embargo, resulta evidente que cuando nos enfrentamos a este tipo de terroristas es preciso contar con la colaboración internacional y, por ello, es preciso no ya sólo reforzar la Europa común, sino además retomar el vínculo transatlántico con Estados Unidos. Eso, claro está, además de conseguir la unidad de todas las fuerzas democráticas del Estado para hacer frente común frente al terror, del signo que sea. Tal vez esto último, en vista de las circunstancias, sea lo más difícil. Una lástima.