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En algunos países civilizados, especialmente en el entorno anglosajón, el mundo de la política se entiende tradicionalmente en clave de dos. Pero allí no tienen el concepto tradicional de izquierda y derecha que hemos amasado en los países mediterráneos -tan pródigos en grupos y grupúsculos y en luchas intestinas-, sino que las ideologías se entrelazan y se confunden, aunque siempre con un ligero matiz de conservadurismo o progresismo con idéntica base de capitalismo y tradicionalismo.

Y quizá ése sea el modelo que se está imponiendo también aquí -salvando los nacionalismos, que van aparte-. De ahí que los grandes partidos en disputa -PP y PSOE- prácticamente hayan acaparado todo el espectro de votos disponible en detrimento de las opciones más pequeñas, léase Izquierda Unida.

Esta semana la coalición comunista celebra su asamblea extraordinaria en un ambiente de crisis que busca, precisamente, encontrar un camino que frene el descalabro electoral constante que viene sufriendo en los últimos años. No será fácil, porque las causas que lo provocan no son achacables ni a sus líderes ni a sus estrategias ni programas. De hecho, quizá éste sea el momento en que España necesite más una izquierda de verdad, fuerte y cohesionada, para proporcionar el necesario equilibrio ante una derecha que sí lleva muchos años bien armada.

Gaspar Llamazares afronta aquí su peculiar refrendo en una coalición de diversos grupos, algunos muy diversos, que no deberían pensar en nada más que en presentar un frente común, creativo, joven y estimulante ante el adversario político, que no es el PSOE, como creen algunos militantes y dirigentes de IU, sino la derecha.