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Tras el primer debate entre los dos candidatos a ocupar el sillón presidencial del hombre más poderoso del mundo, que resultó más o menos tibio, acaba de celebrarse el segundo «round» con argumentos mucho más agresivos, pues la fecha crucial se acerca y ambos contendientes están a un palmo de conseguir desbancar al otro. Según todos los analistas el ganador fue John Kerry, candidato a presidente de los Estados Unidos por el Partido Demócrata, nuevamente por un margen muy escaso que vuelve a dejar las cosas como estaban, es decir, a merced de millones de indecisos.

Pero no nos engañemos, en aquel país los alumnos de todas las escuelas aprenden el arte del debate y Kerry fue en su juventud el número uno de su promoción en estos menesteres. Es un orador brillante, cautivador, pero conecta poco con el ciudadano medio americano, que lo considera el típico representante de la aristocracia elitista de la nación.

George Bush es mucho más discreto en su discurso, aunque consiguió mejorar su primera intervención, pero el pueblo americano lo ve como uno de ellos, un ciudadano más, un vaquero que habla su mismo idioma, a pesar de pertenecer él también a una de las familias más adineradas del país.

A Kerry, que basó su participación en demostrar las mentiras de Bush respecto a la guerra de Irak, le asistía la razón, pero le faltó gancho para darle un golpe definitivo a su contrincante para arrebatarle el favor de los votos indecisos que todavía quedan en el país. Aún queda el último debate y seguramente dará todavía mucho juego. Faltan cuatro semanas para la cita con las urnas y pueden pasar muchas cosas que inclinen la balanza a favor de la continuidad que representa Bush o de la ruptura que encarna Kerry.