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Lo de los imbornales atascados en Palma, repletos de hojarasca y otros múltiples y diversos materiales, es poco menos que una historia interminable, una secuencia circular sin principio ni final, que se sucede indefectiblemente año tras año sin solución de continuidad. El problema arrecia cuando el verano declina y las hojas de los árboles, que parece empiezan a atisbar el otoño, mudan en ocre lo que era verde y se van desprendiendo del punto que las mantenía sujetas a la rama, para que el árbol pueda seguir su ciclo vital.

Y lo hacen de forma masiva, en cadencia progresiva siguiendo la pauta natural que indica el calendario, siempre coincidiendo con la época de previsión de lluvias copiosas, septiembre y octubre, y de esporádicas gotas frías. El ciudadano escarmentado ve con temor la hojarasca acumulada bajo las metálicas rejas. Porque se supone que deberían impedir el paso de papeles, hojas y otros objetos varios que llegan a taponar la entrada a esa arteria de servicio de evacuación de pluviales. Y si existe el tapón, el agua busca otros senderos ciudadanos, que no siempre están preparados para contener el caudal extra, y es cuando se producen las clásicas inundaciones de locales comerciales, plantas bajas y sótanos.

Y ante esa perspectiva, el ciudadano se queja de la poca eficacia de los servicios municipales, y estos responden que existe una brigada permanente de 10 hombres que limpian los 22.800 imbornales de Palma. Y dicen que el hecho de que haya hojas no significa que exista atasco. Y ruegan a los ciudadanos que si detectan que hay un tapón peligroso que llamen a Emaya para que se actúe en consecuencia. «No los limpiamos cuando llueve, sino antes de la temporada de lluvia, como lo hacemos ahora», dijo el portavoz de la empresa municipal.