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El anuncio del presidente Bush relativo al repliegue de 70.000 soldados norteamericanos de bases situadas en Europa y Asia -básicamente en Alemania y Corea del Sur- responde a un objetivo expuesto de forma explícita: afrontar las «nuevas amenazas» del siglo XXI, es decir, la lucha global contra el terrorismo. Desaparecida la «amenaza» comunista y liquidada la guerra fría, era previsible que la ambición imperialista norteamericana convenientemente adobada con una cierta paranoia encontrara en la guerra al terrorismo un motor adecuado. Lo que ya no está tan claro es que el plan de Bush -que tardará lo suyo en concretarse definitivamente puesto que un movimiento de tropas de esta envergadura requiere su tiempo- alcance los objetivos perseguidos.

Empezando por lo que afecta a Europa, es obvio reconocer que un continente que atraviesa un período de paz, no precisa de una presencia militar tan importante como la mantenida hasta ahora. Lo que ha llevado a los estrategas de Washington a decidir que ya es hora de que los europeos nos espabilemos, modernicemos nuestros ejércitos y dediquemos a ellos el gasto necesario. Dicho de otra manera, que la OTAN se ponga al día y apechugue con sus responsabilidades. ¿Será capaz de hacerlo si en el Este hay problemas? Ese es el interrogante. En cuanto a Asia, tal vez no se ha elegido el mejor momento para un repliegue militar, incluso desde el punto de vista de los intereses norteamericanos. El constante rearme de Corea del Norte y la belicosidad de sus dirigentes, se reavivará al constatar la retirada de 40.000 soldados norteamericanos de Corea del Sur. Y otro interrogante: ¿cuál será a partir de ahora la política de una poderosa China dueña y señora de la zona? Una vez más puede dar la sensación de que Bush adopta decisiones sin haber calculado suficientemente las consecuencias.