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Ya le ocurrió a Felipe González cuando se vio apartado de la primera línea de la política nacional y la especie de mal de altura que sufrió le impidió retirarse con la dignidad necesaria. Ahora algo parecido parece adueñarse del ex presidente José María Aznar, con la clara diferencia de que esta vez ha sido él mismo quien tomó la decisión de apartarse del ruedo político. Con el partido en manos de Mariano Rajoy, Aznar parece dispuesto a seguir sentando cátedra desde la fundación que preside. Pero no lo hace en la misma línea que defiende su sucesor y su partido. Lo que, a todas luces, no puede más que perjudicar la consolidación de ambos y tal vez hasta el prestigio conseguido.

Así las cosas, el ex inquilino de La Moncloa no sólo se dedica a despotricar contra el nuevo presidente y su partido, lo que puede considerarse lógico, sino que también lanza mensajes contradictorios a los de Mariano Rajoy en un tono apocalíptico fuera de toda coherencia.

Se sitúa Aznar en contra de cualquier mínima reforma de la Constitución española, cuando el PP ya ha consentido algunas más que necesarias; advierte contra la aprobación de la Constitución europea mientras Rajoy llama a sus votantes a votar a favor del texto. Parece que el ex presidente popular no acaba de dar crédito a la situación en la que ha quedado su partido tras la sorpresa del 14 de marzo y continúa empeñado en que la victoria socialista sólo se debió ashock por los atentados de Madrid. Quizá debería Aznar meditar -ahora que se dedica precisamente a eso- sobre la necesidad y los beneficios de la sana alternancia política en el poder. Y tampoco estaría mal que arropara a su sucesor en el papel que le ha tocado, el de jefe de la oposición, si quiere que algún día deje de serlo.