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Sobre la medianoche recibí la llamada de Tania Quiñones, la mujer de Pablo Ibar. Llamaba desde su casa de Miami. Estaba con su hermana, que habla mejor el español que ella y que nos traducía lo que decía. Se las notaba preocupadas, y con razón. «Desde hace más de un mes, a Pablo lo tienen aislado en una celda. Le han quitado hasta el pequeño televisor en blanco y negro, no le dejan leer, ni escribir, y yo sólo puedo verlo dos horas a la semana, en vez de seis, como antes. Tampoco puedo estar con él, en una sala vigilada, sino que sólo me dejan verle y hablarle a través de un cristal».

El motivo de que las cosas estén así ahora con Pablo es que, según cuenta la hermana, «días atrás los vigilantes entraron en su celda y le pidieron que orinara en un recipiente. Por lo visto es una norma que hay en el corredor, pues con esa cantidad de orina se hacen unos análisis periódicos a los internos. Como no hacía mucho que había orinado, no dio esa cantidad mínima, es decir, el orín vertido en el recipiente no alcanzó los 30 ml., por lo que le mandaron orinar de nuevo. Pablo les explicó que si no había alcanzado esa cantidad de orín era porque acaba de orinar. Pidió tiempo para hacerlo otra vez y al poco rato volvieron los guardianes. Pablo dijo que no había transcurrido tiempo suficiente, pero ellos insistieron en que orinara. Lo hizo, pero no alcanzó los 30 ml. Por eso fue aislado a pesar de que él insistía en que no se había podido recuperar, y que si buscaban droga a través de la orina, que la analizaran, así verían que no había nada».

Según Tania, todo esto se ha producido a raíz de la visita que le hicieron los senadores españoles hace unas semanas. «A partir de ahí, Pablo dejó de ser un preso anónimo para convertirse en alguien popular, y eso, por lo que parece, no gusta en ecorredor». Al día siguiente hablé con Javier Laurit, su primo, que como saben ustedes vive en Palma. Me dijo que estaba enterado del asunto, que por lo visto le habían castigado dos meses por no orinar 30 ml. «¡¿Qué barbaridad, no?! Según les han dicho, esa es una norma que rige allí dentro, y quien la incumple, es decir, el preso que no orine esa cantidad, es castigado. Aislado. Que es como está ahora él. Lo malo -añade- es que cuando transcurran esos dos meses de castigo y regrese a su celda, tampoco dejarán que Tania le vea y le hable como antes, sin cristal de por medio. A pesar de ello, Tania seguirá conduciendo durante siete horas para estar sólo dos, delante de él, con un cristal de por medio. ¡Qué puede hacer si no...! Según le han dicho a Rabben, su abogado, esas son normas del régimen interno de las penitenciarías norteamericanas. Por ello no pueden hacer nada. Deben esperar».

Pedro Prieto