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El papa Juan Pablo II ha nombrado a monseñor Jesús Murgui Soriano nuevo obispo de Mallorca, noticia que ha motivado congratulaciones desde los sectores más diversos de la sociedad de la Isla. El nuevo prelado, que tomará posesión de su cargo en los próximos meses, ha manifestado que viene con «mucha gratitud e ilusión» y confía en la colaboración de las gentes de la Isla para emprender su nueva tarea. Una tarea que no es evidentemente fácil y que no sería bueno que fuera comparada con la labor desarrollada a lo largo de muchos años por el que fuera su antecesor en el cargo hasta su fallecimiento en mayo pasado, el recordado Teodor Úbeda.

En el momento en que el nuevo obispo tome posesión de la diócesis, se habrá cerrado un período de interinidad que ha estado impecablemente conducido con naturalidad y sencillez por Andreu Genovart como administrador diocesano. El hecho de que la Santa Sede no nombrase a un obispo como administrador apostólico tras la muerte de don Teodor y optase por la figura de un administrador diocesano, responsabilidad que recayó en Genovart -el último vicario general de don Teodor- no cabe duda de que debe ser considerado como una prueba de confianza en la Iglesia local.

Jesús Murgui se considera «un cura de parroquia», lo que, ciertamente, puede serle de gran utilidad a la hora de conocer, valorar y llevar adelante cada una de las que conforman la diócesis mallorquina, una diócesis que afronta el siglo XXI con nuevos retos en los que la Iglesia puede y debe desempeñar un papel tremendamente activo. También le avala su experiencia de dos años como administrador apostólico de Menorca, algo que, sin duda, le habrá aproximado a la realidad insular balear. Al afirmar textualmente «voy para serviros y entregarme en esta tarea» ha querdido dejar bien claro cuál es su talante y su voluntad de servicio. El futuro de la Iglesia de Mallorca depende en buena medida de su capacidad de implicarse en la sociedad y de eso el nuevo obispo parece ser muy consciente.