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La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), fundada el 16 de octubre de 1945, conmemora cada año su aniversario celebrando el Día Mundial de la Alimentación . En tal fecha, la FAO propone un tema en el que centrar sus actividades, habiendo sido escogido en esta ocasión el lema «Alianza Internacional contra el hambre». Se persigue crear una generalizada conciencia acerca de la tremenda situación por la que atraviesan los seres humanos que aún hoy padecen hambre y todas sus secuelas. Nada menos que 840 millones de personas siguen hambrientas en un mundo que de la mano de los nuevos avances tecnológicos produce alimentos más que suficientes como para que no fuera así.

Millones de niños no llegan a la edad adulta y muchos de los que lo hacen nunca alcanzan un desarrollo que pueda considerarse satisfactorio, en países que ven frustrada su marcha hacia una economía estable. La cumbre de Roma sobre la alimentación, celebrada en 1996, se fijó como objetivo el reducir esta cifra a la mitad alrededor del año 2015. A la vista de lo que está ocurriendo, dicha meta se perfila hoy como inalcanzable. Y ello se debe esencialmente a una sola razón: no existe voluntad política seria y definida de acabar con el hambre en el planeta. Existen, sí, buenos propósitos, acuerdos formales y proyectos más o menos viables.

Pero se echan en falta medidas concretas, cooperación entre las naciones más favorecidas y creación de programas viables y adecuados a la necesidad de cada región. Duele reconocer que a principios del siglo XXI la Humanidad está fracasando en su lucha contra el hambre, cuando los conocimientos científicos y técnicos harían posible desterrarla de un mundo que se pretende civilizado. Es por todo ello que el llamamiento anual de la FAO a alinearse todos contra el hambre debe convertirse en un imperativo moral al que no puede sustraerse ningún ciudadano del mundo si es que realmente se considera digno de tal título.